Capítulo 31

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Una vida rota

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Una vida rota.

Una vida maldita.

Una vida de rechazada.

No había halagos ni gloria para ella, solo desdicha y desgracias.

Sí, esa era el destino de Angeline desde su primera posesión en la academia.

Ella rascaba el suelo de la caverna, atrapada en un área circular usado por los Chaos como una pequeña cárcel para los «rebeldes». Sus delgados y desnutridos dedos intentaban escarbar la roca, ignorando el desgaste de las uñas y el ardor en la punta de las falanges. Alguna vez consideró sus manos hermosas, pues eran delicadas y fuertes, una mezcla perfecta entre la elegancia y el empoderamiento; sin embargo, todo lo que quedaba de ella en ese instante eran una extremidades huesudas y desnutridas. Parecía que se romperían en cualquier momento.

Tal vez era así, aunque, no podía permitirlo todavía; en especial, si al cerrar los párpados sentía una energía intensa y pura corriendo entre los laberintos del interior del volcán. Algo la atraía, como una luciérnaga hipnotizada por una luz. Se trataba de unas hebras rojizas revoloteando en los alrededores. Seguro la muchacha estaba al borde del llanto, mas, se contenía para aparentar fortaleza. La imaginaba agitada, con su corazón palpitando a gran velocidad y pronunciando un nombre en particular varias veces: Archer. Claro, siempre tuvo el privilegio de llamarlo por su apodo, mientras los demás se limitaban a tratarlo como el príncipe de Eclipse.

—Angeline —una voz masculina hizo eco en la diminuta prisión.

La adolescente despegó la cabeza de las rodillas, sin dejar de rodearlas con los brazos. Varios rizos despeinados cayeron a los lados de su cara empapada de sudor y fijó sus ojos irritados en un hombre cubierto de prendas negras. No podía ver su rostro y tal vez no importaba en ese instante, ya que, todos los «Susurrantes» buscaban parecerse entre sí para camuflar sus verdaderas identidades.

—Elías te busca —agregó él, quien yacía parado en la entrada de esa cueva y sostenía una antorcha para iluminar el área—. Cumplirás con tu venganza y te eximirás de tus errores.

Sonrió, le fue imposible no hacerlo. Luego se levantó y escuchó los grilletes encadenados a la pared sacudirse en el acto. El adulto caminó hacia ella, retiró unas llaves de un bolsillo de la capucha y en pocos segundos fue liberada. Posiblemente horas atrás habría corrido en busca de una salida, pero, ya se había entregado al odio y el rencor.

—Vamos —El varón emprendió rumbo a los laberintos y Angeline caminó detrás.

Había una oscuridad tétrica reinando en cada esquina del pedregoso sendero hasta el centro del volcán Cavedra, a excepción del diámetro alrededor del velón en la palma del mayor. La adolescente, sin importar cuanto intentara distraer su mente, sentía el aura fulgurante y pura de Julie. Ella corría, estaba asustada y muy preocupada; en el fondo deseaba gritar y pedir auxilio, mas, ocultaba a la perfección esa debilidad y ganas de salir huyendo. Eso enfurecía a Angeline, pues, en su caso por más que intentase mostrarse osada terminaba fallando en el camino.

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