Capítulo 3: Parte 1

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Archibald entró en pánico al momento de ver a la chica caer al suelo, ¿Qué dirían de él, siendo un príncipe, si una ciudadana moría a su lado? Miró alrededor suyo en busca de ayuda, mas, solo se encontró con un callejón vacío y sin salida

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Archibald entró en pánico al momento de ver a la chica caer al suelo, ¿Qué dirían de él, siendo un príncipe, si una ciudadana moría a su lado? Miró alrededor suyo en busca de ayuda, mas, solo se encontró con un callejón vacío y sin salida. Gritó por si alguien lo escuchaba, pero nadie contestó. Entonces, pensó, ¿Había algo en sus maletas con lo cual auxiliarla? Quizás vendajes, medicinas o algo más. No debía pensar demasiado para adivinar cuánto se molestaría la chica si estuviera despierta, pues estaba a punto de romper su privacidad; aunque, entre una bofetada y dejarla morir, prefería lo primero.

En todo caso, ella se lo agradecería por salvarla, ¿Verdad? No se enojaría si gracias a eso pudo rescatarla de una muerte.

Hurgó con desesperación en su equipaje, estaba lleno de ropas y algunos inventos modernos, ¿Un estuche de armas Necros? ¿Tan famosos eran? También en su intromisión se topó sin querer con los interiores de la pelirroja, eran de color rosa pastel, otros eran blancos, incluso encontró sus brasieres; todos le parecieron muy femeninos y delicados. Se avergonzó por su atrevimiento, sintió un leve rubor calentar sus mejillas y continuó buscando entre las vestimentas ignorando las prendas antes vistas; fue allí cuando encontró una carta de aceptación de la Academia Ravenham, dirigida a «Julie Chryseis Ross Deveraux».

«Madre Arcalia actúa de maneras extrañas», pensó en ese instante, ante la gran coincidencia de encontrarse con una aparente becada del mismo lugar donde estudia.

Después de un par de horas, estaban en el dichoso lugar. Pudo traerla sin problema tras cargarla sobre su espalda curvada, llevar sus maletas en sus manos y correr por el barrio hasta encontrar un taxi Terha. La pelirroja estaba a cuidados de una experta para aliviar la infección corrupta ocasionada por esa criatura; para su suerte no preguntó sobre lo sucedido, tal vez esperaba su despertar para hacer un interrogatorio. Aquello sería un lío, pues alertar a las autoridades de la raza de esa bestia ocasionaría todo un revuelto, más aún, si él estuvo involucrado.

«El príncipe huérfano casi muere junto a una señorita», no parecía un buen titular para el periódico.

Se sentó en una silla de madera cerca de la cama de la chica, con un libro en sus manos leyendo acerca de las aventuras del líder de una tribu ya extinta en el continente perdido de Ionix. Su vista pasó de las páginas a la chica, pues repentinamente se levantó gritando asustada.

—¡No, no, no! —exclamó ella aterrada, entre pequeños sollozos de horror, sin embargo, después de unos segundos la confusión le invadió por el ambiente percibido con sus ojos.

Julie, con el corazón en la boca, miró extrañada hacia los lados: Camillas de sábanas blancas, con mesitas de noche a la derecha de cada una y cortinas a los lados para crear cubículos improvisados; paredes de ladrillos color beige, con faroles pegados para iluminar el lugar; grandes ventanas con un paisaje nocturno reflejado afuera y varios armarios colocados al fondo de la larga habitación.

Descendientes EternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora