Capítulo 15

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Diez días

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Diez días.

Archibald odiaría ese número por toda la eternidad.

Diez días sin intercambiar ninguna palabra con Julie, esposado en las muñecas y tobillos, custodiado por bandidos en un Terha exclusivo para ellos y apenas recibiendo comidas aceptables. Había una enorme tensión entre él y la pelirroja desde el primer segundo de su secuestro, como si aquellos minutos combatiendo en el incendio no hubieran significado nada. Su silencio y el enojo reflejado en sus zafiros lograron incomodarlo por completo; de todos modos, si estuviera molesta todavía sería una reacción natural considerando lo sucedido en la academia.

—¡Psst, Julie! —susurró, permaneciendo sentado dentro de la carroza del transporte.

—¡Sin hablar! —advirtió uno de los vigilantes.

En total había tres malhechores acompañándolos en la caja y dos en el asiento del chofer, sin contar los demás carruajes por la zona cargando a los bandoleros restantes. Quizás, Elías iba en el primer coche de toda la fila, sintiéndose el líder de su grupo de Chaos y criminales; mientras ellos soportaban el apretón metálico de los grilletes y morían de hambre debido al escaso alimento brindado.

Tampoco podían descansar de forma placentera debido a las pesadillas. La primera vez que Julie se despertó gritando asustó a los vigías y, en su caso, lo observaron de forma extraña. Después de una semana se acostumbraron a verlos agitados al dormir; además, en una de esas veces, él y la pelirroja se acurrucaron sobre sus hombros cuando el sueño los dominó. Aquella noche el siniestro cántico infantil no los atormentó.

Obviamente, cuando la muchacha abrió sus ojos lo observó con vergüenza y enojo.

El príncipe no podía charlar con la escarlata como correspondía y eso lo agobiaba más. Tener asuntos pendientes que tratar con ella lo mantuvo inquieto durante todo el viaje, en especial al llegar al final de su destino: Las costas de Chevilia.

El Terha se detuvo cerca de un acantilado con un mar de olas salvajes en el fondo. El agua golpeaba con fuerza sobre la roca y una fría ventisca soplaba las cabelleras de cada miembro del grupo. A ambos descendientes los sacaron del transporte sin quitarles las cadenas, dejándoles observar de nuevo la cálida luz del sol de la una de la tarde. Las carretas formaron un semicírculo abriéndose hacia el filo de la empinada y, frente a cada coche, se encontraban los rehenes con sus miradas hacia Julie y Archibald.

Los dos pisaron el pasto verde, una suave y grata sensación después de pasar tanto tiempo en la carroza. Los bandoleros los sostuvieron de los brazos para guiarlos hacia el final del camino, donde una escalera de cuerda y madera los esperaba.

Tensión.

Los luceros de cada presente yacían clavados en ellos.

Elías los esperaba, con una sonrisa de triunfo, junto a la subida de su próximo encierro. Se trataba de un dirigible blanco y alargado con un barco color níveo colgando sobre este. A los lados de la nave estaban las velas del buque, pero con forma de alas de murciélago, y la escalinata era la entrada directa a la embarcación.

Descendientes EternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora