Capítulo 21: Parte 1

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Entre la espesura del Bosque de las Estaciones se encontraba un joven, cuya mirada de desasosiego estaba fija en la flor blanca posada en la rama de un árbol

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Entre la espesura del Bosque de las Estaciones se encontraba un joven, cuya mirada de desasosiego estaba fija en la flor blanca posada en la rama de un árbol. Su pureza y delicadeza le recordaba a una dama, de la cual se encontraba apasionadamente enamorado. Aquella señorita le había robado el corazón vida tras vida con su flameante osadía. Ella se posó detrás suyo, silenciosa, imperceptible, pero, presente.

—Nathaniel.

Al escuchar su nombre sus músculos liberaron la tensión acumulada. Pasó su vista de los níveos pétalos al ambiente a su alrededor. Primavera e invierno se juntaban en ese punto específico, en el bosque, donde se encontraba cada media noche con su amada.

—Solecito.

La dama, de cabellera semejante a los rayos del sol, se acercó a él y descansó sus brazos sobre sus hombros para dedicarse a contemplar sus luceros embelesadores. Después, tanto él como ella, acercaron sus rostros para depositar un tierno beso en los labios ajenos. Esa calidez única solo la podían sentir entre sí. Era un amor intenso desbordante de dulzura, a pesar de tratarse de un secreto y un romance prohibido.

—Hoy te vestiste más informal, solecito —añadió el chico, tras separar su cabeza de la contraria y ver sus ojos violáceos.

—Quería estar cómoda —contestó la chica, en tanto, su índice jugaba con un mechón blanquecino del cabello de su pareja—, pero, presiento que tú no lo estás ¿Qué ocurre?

El muchacho aprovechó la cercanía de la mano de su amada para depositar un beso en el dorso de su mano.

—No paro de pensar en ella, ¿Qué tal si nos traiciona?

—Lunita —Su palma pasó de sus labios al rostro masculino para acariciar su mejilla—, mi querida luna. Ella ha estado a tu lado en cada momento y nos ha ayudado hasta en las circunstancias más difíciles. Deberías confiar y hacerle las preguntas que rondan en tu cabeza. Te va a responder con sinceridad, no tengo duda en eso.

El chico sonrió, después de todo, su solecito era capaz de apaciguar la turbulencia en su alma con unas simples palabras.

—Tienes razón —Besó su frente con delicadeza, la fémina cerró sus ojos—, cuando la vuelva a ver la confrontaré con la verdad.

Dicho aquello, juntaron sus labios una vez más, ensimismados en el amor profesado por el otro, y, en ese apoyo incondicional e inquebrantable. De pronto, cuando Nathaniel volvió a despegar sus párpados, ya no se encontraba abrazando a su querido solecito; sino, en un cuarto gigante de paredes de cristal brillante, asemejándose al interior de un palacio de hielo. Él yacía parado frente a un muro, contemplando su reflejo. Vio una cabellera nívea, piel pálida y dos bellos ojos azules igual a zafiros. Lucía un traje blanquecino de hombreras doradas y en su cabeza posaba una corona pequeña.

—¡Nathaniel, por favor, piénsalo bien!

Apareció una mujer de pelo color cerezo y un par de luceros en su rostro, como los suyos. La reconoció de inmediato, tanto por sus mechones rosados y su túnica blanca, como las pecas en sus mejillas.

Descendientes EternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora