Capítulo 20: Parte 1

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Tanto las aguas purificadoras como las manos suaves de las sacerdotisas no eran suficientes para calmar a la agobiada Julie

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Tanto las aguas purificadoras como las manos suaves de las sacerdotisas no eran suficientes para calmar a la agobiada Julie. Incluso recibir la limpieza intensificó aquel malestar, pues, se sentía desmerecedora de ello y pensaba que al guardar tales cicatrices en su espíritu por lo menos rendía tributo a las víctimas de los Chaos. Ninguno de esos inocentes logró regresar con vida a sus hogares y ahora ella se encontraba siendo mimada, atendida y sanándose de los restos de corrupción para evitar caer ante la oscuridad.

Sentir los dedos desenredando su cabellera enmarañada, escuchar el canto dulce de las damas y oler el agradable aroma a uvas del jabón, agrandaba la culpabilidad. Ya se había negado al baño varias veces, tantas como para recibir una advertencia de que no vería a Archer si no les permitía hacer la limpieza. Claro, después de todo, su deseo de ver al único incapaz de traicionarlo le ganaba a sus propios tormentos.

—Siento una pureza tranquilizadora —La Madre Mística, quien minutos atrás había dejado a Julie para reunirse con el Patriarca y el príncipe, entró al baño de damas.

—Ahora solo la ayudamos a darse un baño antes de dejarla ver a su amigo —respondió otra señorita parada detrás de la pelirroja.

—Comprendo, se prepara para una ocasión tan especial.

—¿Especial? —interrogó la adolescente sin alzar su mirada del agua de la enorme tina.

—¿Reencontrarte con el joven que se entregó al pueblo, mientras te recuperabas, no lo es? Ah, claro, el entusiasmo ha disminuido después de esa reunión secreta en la noche.

Julie tragó saliva, ¿Estaban a punto de regañarla? ¿Cómo se enteró de la visita de Archer a las afueras de su habitación?

—Lo siento, Madre, nosotros no...

—No te disculpes, hija, no es necesario. Ustedes solo deseaban escuchar y ver al otro luego de su separación, además, ya has desperdiciado mucha energía pidiendo perdón por todo durante estos últimos días.

La muchacha guardó silencio, viéndose incapaz de protestar a los comentarios de la mujer. Quizás lo veía como un esfuerzo desperdiciado en vano al no conocer de cuanta sangre derramada era culpable, o, tal vez, en el fondo necesitaba ese consuelo pronunciado por la contraria. Cual fuese la razón, si la intención de la Madre Mística era que deje de renegar por todo lo había conseguido.

El afligido sol escuchó los lentos y sigilosos pasos de la dama hasta sentirla cerca suyo, luego, la oyó hablar de nuevo.

—Tus ojos son tan bellos como para solo permitirle al agua verlos.

Julie alzó su mirada.

—Desde tu llegada he sentido tanto dolor y desconfianza en tu corazón —prosiguió la mujer—. Ambos se creen desmerecedores de lo bueno de la vida, ¿Cuánto daño habrán sufrido como para llegar a ese punto?

Descendientes EternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora