Capítulo 16: Parte 2

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Dos bandoleros volvieron a sostener los brazos de la pelirroja, la albina desapareció las cuerdas luminosas y luego ella volteó su mirada hacia el sendero, sin dedicarse a observar a su amiga por un segundo más. Por último, los descendientes fueron arrastrados al interior de la selva de la montaña. Sus zapatos se embarraron con la tierra enlodada y las heladas gotas de lluvia enfriaron sus cuerpos. Los encapuchados encabezaban el grupo junto a los adultos en bata; ninguno emitió comentario alguno y se enfocaron en acercarse a la entrada de la cueva, custodiada por cuatro espeluznantes Chaos semihumanos. Los criminales no se espantaron a pesar de la hórrida apariencia de las criaturas; aunque, Julie y Archer si se incomodaron por su piel babosa y negra, la boca tentaculada y los cuencos vacíos donde deberían estar sus ojos. Los monstruos tenían brazos fuertes y musculosos, con los cuales sostenían unas ballestas, y unas patas semejantes a las de una cabra.

Adentro, en la pedregosa caverna, había unas antorchas iluminando un camino semejante a un laberinto. Tardaron varios minutos en llegar al final del túnel, un área circular y gigante con una enorme salida a una saliente empinada.

En el centro de la zona estaba un aparato gigante y extraño: Un enorme aro ovalado con unas pinzas de metal alargadas extendiéndose hacia el centro, a los lados había unas calderas, cajas metálicas, cientos de engranajes de diferentes tamaños y tubos llegando cerca del techo de la cueva.

«¿Qué es eso?», preguntó el sol, mientras la luna terminó de rodillas en el suelo con un solo golpe de los malhechores.

Julie fue empujada hasta una plataforma, luego los bandidos movieron una palanca y se elevaron en el aire hasta estar lo suficientemente cerca del círculo de metal. La voltearon, y, su vista se dirigió a Elías y Angeline, ambos parados cerca de la máquina, con Archibald sin moverse del piso y su mirada fija en ella. Después la pelirroja soltó un quejido al sentir las pinzas apretar sus muñecas y tobillos, más aún cuando estas la alzaron y estiraron sus extremidades. Se encontraba suspendida en la nada, sostenida por las tenazas de metal apretando sus huesos.

Uno de los hombres de bata subió por unas escaleras hasta encontrarse cerca del borde superior del aro y, con un ágil movimiento de manos, lanzó un cable hasta las palmas de la fémina de ojos violáceos. La bandida sostuvo el filamento, en tanto, los otros delincuentes procedieron a retirar el corsé café oscuro de la pelirroja.

—¡Hey! ¡¿Qué hacen?! —Chilló.

—¡Atrevidos, no la toquen! —gritó Archibald furioso, mas, fue golpeado por los puños de uno de los criminales acompañándolo.

Julie no podía usar sus manos para resistirse, por ende, la prenda cayó en la plataforma y luego le desabrocharon su blusa blanca de mangas largas. La arpía de cabello negro acercó la punta del cable al pecho derecho de la escarlata y enterró las ocho agujas pequeñas en la piel blanca. Se escuchó un gemido de dolor por parte del sol, aun así, los bandidos volvieron a empujar la palanca y regresaron al suelo por medio de la plataforma.

Había una enorme ira surgiendo en el interior de Archer, aunque, él solo podía ser un mero espectador de la crueldad a su compañera. Su amiga, una señorita adorable y apasionada, se encontraba atrapada entre cables y tenazas en el aire; su pecho estaba desnudo, exceptuando por el brasier blanco y, por suerte, no fue desprovista de su falda marrón.

La piel de su nuca se erizó, pues, la imagen puesta frente a sus ojos era suficiente para temer por la vida de la muchacha.

«¿Van a experimentar con ella?», se preguntó en sus adentros y permaneció concentrado en la maquinaria plateada, con su motor funcionando, el carbón quemándose en las calderas y el vapor escapándose de los tubos. Los sujetos de bata, posiblemente investigadores, tocaron botones de las cajas de mando y movieron algunos interruptores; entonces, el aparato empezó a chirriar y crepitar sin parar. Una corriente eléctrica rodeó el cable aferrado en el pecho de Julie y, al cabo de unos segundos, la joven gritó, tal cual, si le estuvieran sacando algo importante de su cuerpo. Sus brazos y piernas temblaron y se sacudieron ante las reacciones involuntarias por huir de allí; mientras su cabeza se meneaba sin parar y las lágrimas escaparon de sus zafiros.

Descendientes EternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora