Archer en algún momento de su vida sintió que tomaba las decisiones correctas, al menos la gran mayoría de estas; sin embargo, en la actualidad parecía que elegía el peor camino posible frente a cada problema. Extrañaba las felicitaciones de su padre cuando entrenaban y realizaba un movimiento perfecto con la espada u otra arma. Él siempre le recalcó que era un niño superdotado en el combate, su talento en tan temprana edad era algo increíble y raro, por tal razón, debía pulir sus habilidades y volverse el mejor del imperio. Trató de convertirlo en un espadachín, arquero, un experto en la lanza y en cualquier artefacto de combate. Archibald no se quejó nunca, pues él era feliz si así podía traerle orgullo a su familia. Como todo hijo, se esmeró en ser el príncipe perfecto. Era bien dedicado a los estudios, educado, muy servicial y practicaba diversas artes cada día. Incluso después de la muerte de sus progenitores siguió cultivando aquellas costumbres, aunque se sumergió en exceso en ello esperando ser útil en el futuro.
Quizás se encontraba en el momento perfecto para demostrar el fruto de sus esfuerzos, pero el peso de los últimos acontecimientos se volvió una presión aturdiendo su pecho. No paraba de pensar en las promesas que pronunció en las últimas horas y en las palabras de Rhadamantus sobre su verdadera esencia. Se preguntaba cómo iría a salvar al pueblo desamparado y evitar sucumbir ante la oscuridad en su alma, ya que la simple idea de estar a un error de volverse en el enemigo del solecito lo carcomía; además, su única manera de socorrer a los sobrevivientes fue aprendiendo a sanar a los heridos gracias a la ayuda de Daren. Siguió sus indicaciones con exactitud: posar las manos en el pecho de la víctima, cerrar los ojos y sentir que sus dedos se convertían en parte del cuerpo del sujeto para posteriormente imaginarse los tejidos acelerando la curación. Al inicio le costó, sin embargo, conforme iba practicando con los lesionados fue adquiriendo agilidad para conectarse con ellos.
Continuó las siguientes tres horas sanando a los damnificados junto a Julie, quien no lucía más tranquila; sino, igual de ansiosa y perdida en sus propios pensamientos. Sus manos temblaban y respiraba con dificultad. Cuando la veía a los ojos recordaba su confesión de amor; aunque tales memorias se arruinaban con el eco de las frases de su antecesor regresando a su cabeza. Entonces, algún herido lo sacaba del trance para felicitarlo, quejarse o echarle la culpa de las desgracias del pueblo, casi siempre ocurría lo último. Archer solo asentía y agachaba la mirada sin importarle que con tal reacción le daba la razón a su paciente irritado.
«Yo lo sé, eres uno de ellos», «Solo finges ser bueno», «Eres un niño, no puedes ayudarnos», escucho esas oraciones varias veces y de múltiples formas; incluso recibió preguntas como «¿Realmente vas a salvarnos?», «¿Qué harás por nosotros después de esto?»
No lo sabía, pero, no tuvo la valentía de responder.
Conforme avanzaron las horas aparecieron los primeros rayos del sol, aun así, su alma continuaba atrapada en esa noche de Luna Roja. La presión en el pecho no desapareció y las interrogantes de los supervivientes permanecieron retumbando en su cabeza hasta que escuchó el agitar de unas alas gigantescas a lo lejos. Alzó la mirada y se llenó de alegría al igual que el resto del grupo. La Guardia Real de Castiviedo llegó montando grifos y docenas de carrozas para transportarlos a la capital del reino.
ESTÁS LEYENDO
Descendientes Eternos
FantasyHace mil años los descendientes del Sol y la Luna se amaron en secreto, sin imaginar la tragedia que eso traería; a pesar de todo, su romance perduró a través del tiempo en un juramento. Ahora han reencarnado, como Julie y Archer, con un solo propó...