CAPÍTULO 20 A los demonios les gusta el tofu

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NATE

Nuestra historia no puede ser contada detrás de barrotes de metal que contengan nuestra rebeldía ni en los viajes esporádicos a ninguna parte donde nos acompañamos a estar solos. Nuestra historia no puede ser contada a la luz del día ni tampoco con una sonrisa.

Lo cierto es que nos perdimos en la avenida que llevaba del uno al otro y solo quedaron suspiros, lágrimas y desesperanza, pero supongo que perdernos era el único camino para volvernos a encontrar.Y volvimosa ese lugar donde pasamos tantas madrugadas, sonriendo por los tropiezos que nos mantenía vivo.

Y fue como si el tiempo retrocediera y todas aquellas sensaciones olvidadas reaparecieran.

Ella seguía siendo la misma chica que abandoné cuando más me necesitaba. El cítrico aroma de su cabello, la frialdad de sus manos, el vacío de sus ojos negros, la mirada triste.

Era Rough, mi Rough.

—No te estoy perdonando. —Apoyó la cabeza en mi hombro.

—Lo sé, descuida —Acaricié su cabello con temor a que se apartara—. Lo siento, pensé que los perdería antes de que nos atraparan.

—No estoy hablando de eso, Nate.

—¿Ah, no?

—No, no me molesta estar detenida. —Su semblante adquirió una monotonía devastadora.

—Esa noche... —comencé a decir y la voz se me quebró—. Esa noche...

—Nunca llegaste, y cuando pregunté por ti... Nadie sabía, Nate. Te desvaneciste. —Golpeó mi pecho—. ¡Maldito! Estuve buscándote por semanas, por meses.

A cada palabra, un golpe.

Lo soporté, porque sus golpes no eran suficientes para reparar el daño que le había causado. Levantó la vista y su mirada fue una mezcla de amargura y miseria. ¿Cómo pude hacer algo así? Le había hecho daño. No, la había destrozado.

—Fue como si nunca hubieras existido.

¿Qué quedaba de aquella sonrisa intimidante? ¿Qué había sido de su sarcasmo y su sentido del humor? Ella no había perdido su esencia, pero algo había cambiado.

—Estoy ebria, sabes que me pongo sensible cuando bebo. En serio agradezco que me sacaras de casa y que estés aquí, pero no estamos reparando nada.

—No tienes que aclararlo.

Silencio.

El segundero del reloj de la estación parecía haberse detenido.

El oficial regordete que nos custodiaba cabeceó, pegándose en la frente con el teclado de la computadora. Despertó con un estrépito, y en el proceso se vertió encima el café que contenía su taza de «El mejor papá del mundo».

Rough soltó la carcajada sin tomarse el trabajo de disimular.

—Nate…

Escuchar mi nombre de sus labios me desterró de todos los pensamientos hirientes que me acribillaban.

—… voy a dormir un rato.

El ÁSPERO SUEÑO de ROUGH KIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora