CAPÍTULO 2 Los huéspedes de Marble Anne

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—Señorita, ¿está despierta?

Abrí un ojo, y luego el otro, para acostumbrarme de a poco a la cegadora luz que se colaba por las ventanas y quemaba mis retinas. Un preocupado Marshall me observaba.

—Estoy bien —aseguré—, pero hambrienta como un oso después de hibernación.

—Es una suerte que sea hora de desayunar—comentó mientras apagaba el equipo sobre mi mesa de noche, el cual monitoreaba las pulsaciones de mi corazón—. ¿Dormiste bien?

—Nunca duermo bien. No me mires así, por favor —añadí al notar la tristeza con la que me sonreía—. Eso no es novedad. —Le eché un vistazo al equipo en mi mesilla.

—Esto es solo una precaución, Rough.

—Una precaución que no evitó la muerte de mi madre. Es inútil usarlo, y lo sabes.

—Los Lukens…

—Lo sé —repliqué—. Ha muerto uno tras otro a causa de esa maldita enfermedad. Pero yo ya llevo años usando esa porquería de equipo y nunca se ha disparado. Así no conseguiré novio.

—¿Como qué no? Tienes a ese chico japonés de apellido Yamada.

—Phoenix no es mi novio, Marshall, solo hacemos el fruti-delicioso de vez en cuando.

—Rough, querida —hizo un esfuerzo por no reír—, ¿por qué no tienes estás conversaciones con Oryan? Ni siquiera sé que es eso del fruti-delicioso, ¡y no quiero saber! —Se apresuró a decir al ver mis intenciones en explicarle.

—No puedo. Esa perra castrosa se fue de playa y se olvidó de su amiga.

Marshall me ofreció un vaso de agua junto a un pequeño estuche con tres píldoras.

—¿Hasta cuándo tengo que tomar eso?

—Rough, ya hemos tenido esta conversación un millón de veces.

Las tragué sin protestar.

La enfermedad que eclipsaba nuestra familia se había llevado a todos los Lukens. Razón por la que Loryn y yo, las únicas sobrevivientes, debíamos vivir con decenas de precauciones.El miedo estaba a la orden del día, pero yo había aprendido a lidiar con el terror y veía nuestro mal como el efecto secundario de existir que me animaba a vivir sin reparos.

Cuando tienes la muerte acechándote cada noche desde la oscuridad de tu habitación, aprendes que el momento para hacer las cosas no es después ni más tarde, sino ahora.

—¿Puedo desayunar aquí? —pregunté y le devolví el vaso vacío.

Marshall negó con la cabeza.

—Lleva una semana evitándolos. Es hora de que baje y enfrente la situación. Esta también es su casa, no tiene razón para esconderse de nadie.

Asentí, escueta. Él tenía razón.

—No ha sido difícil. Los cuatro empleos me están llevando de la bondad al crimen.

—No quiero decirlo, pero te lo dije.

Suspiré.

—¿Loryn no ha llamado? Ayer le dejé siete mensajes de voz. Me está ignorando.

El ÁSPERO SUEÑO de ROUGH KIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora