CAPÍTULO 4 Los cuarenta y cinco centímetros de Anton

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Algo sacudió mi cuerpo desde dentro. Algo nada romántico o decoroso, sino el impulso animal de convertir la inocente escena en una con contenido adulto y no apta para todas las edades.

Tobyas me observó, desconcertado. Quizás creyó que huiría al verlo, que me cubriría el rostro, ruborizaría o que saldría corriendo. Pero ahí estaba yo, mirándole el pene. Y sí, estaba erecto, lo cual demostraba que no era la única a la que la situación le removía las entrañas.

Ladeé la cabeza y admiré cómo desistía de asustarme.

—¿Te sientes realizado ya? —demandé.

—Bastante, de hecho.

—Vístete, estás dando vergüenza.

La decepción se dibujó en su rostro, pero no dejó que eso afectara su ego. Recogió sus bóxers y su semblante adquirió una nota de suficiencia. Estaba complacido y se le notaba.

Levanté las cejas y retomé mi camino hacia la barra.

Su risa me hizo detener la marcha.

—¿Huirás de mí?

—Campeón, lamento ser yo quien te baje de esa nube, porque pareces muy feliz viviendo dentro de esa fantasía, pero… —Cerré la distancia entre nosotros y me puse de puntillas. Al hablar, me aseguré de que mis labios rozaran su oreja—. Tu pene no te acompaña al ego.

Tobyas se apartó.

—¡Venga ya! Has disfrutado todo esto.

—Cierto, pero igual la tienes chiquita. —Usé los dedos índice y pulgar para mostrarle algo pequeño.

—¿Chiquita? —Soltó una incómoda carcajada—. Si esta es chiquita, ve a ver tú las cosas que te metes.

—La tuya no, por supuesto.

Me aplaudí en silencio y reanudé mi camino.

Un resoplido, una mano en mi muñeca, y lo siguiente que supe fue que estaba acorralada contra la pared.

—Rough, eres una persona que no conoce el peligro aun estando en él. —Acercó su nariz a mi cuello. Olió mi piel—. Estás jugando con fuego y vas a salir lastimada.

En un universo paralelo donde yo era tímida e inocente, sus palabras podrían asustarme.

—Pues... —Deslicé mi mano por su abdomen hasta llegar a la cinturilla de sus bóxers y me abrí paso—... deberíamos comprobar que tan peligroso es ese fuego. —Apreté su erección.

Tobyas se tensó. Dio un respingo cuando delineé su miembro con mi mano, sin embargo, la satisfacción se le desbordaba por los poros y se dejó llevar cuando se pegó aún más a mí. Acerqué mi rostro al suyo. Le hice creer que podía besarme, pero a milímetros de hacerlo saqué mi mano de sus boxers y usé toda mi fuerza para empujarlo lejos.

Tobyas soltó una grave carcajada, se apartó, pero no lo suficiente para que pudiera irme.

—¡Diablos, señorita! —exclamó, extasiado, y sus ojos me recorrieron con una lascivia que solo incrementó el palpitar de mi cuerpo—. ¿Qué fue eso? ¿Acaso temes quemarte?

Alguien se aclaró la garganta.

Tobyas abrió mucho los ojos y se apartó, como si tocarme le quemara.

Joshua, también en bóxers, nos observó con los ojos entronados.

—¿Se están divirtiendo? —preguntó, irónico.

El ambiente adquirió tal incomodidad que tuve ganas de salir corriendo. Joshua intimidaba.

—Solo hablábamos, ¿pasa algo?

El ÁSPERO SUEÑO de ROUGH KIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora