CAPÍTULO 34 El gamberro, el verdugo y la bestiecita

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Quedaba un rastro rojo y dorado en el horizonte para recordarnos que acababa de caer la noche. La sala de Arthur estaba sumida en un perturbador silencio.

Joshua estaba sentado en un sillón, con un libro abierto sobre el muslo, como si hubiera tenido la intensión de leerlo y no hubiera llegado a empezar. Tobyas, con la mirada fija en el pelirrojo a mi izquierda, mientras él, a su vez, no apartaba los ojos de mí.

Incómoda, exhalé hondo y me acomodé el pelo en un hombro.

—Aquí está —anunció el anfitrión al entrar con una bandeja que colocó encima de la mesa del centro—. Expresso para Regan, capuchino para la dama, té para Joshua y Nathaniel, y café puro y amargo para mí.

Joshua cerró el libro y lo dejó en la mesilla de la lámpara.

—¿Es té rojo o verde?

—Verde —contestó Arthur, luego bebió un sorbo de su café y retrocedió hasta que se dejó caer en el otro sillón.

—Bien —asintió el rubio, serio—, porque el rojo contiene...

—... demasiada cafeína para tomarlo de noche —completó Arthur pasándose la mano libre por la larga melena negra.

Joshua movió la cabeza con aprobación y se estiró para alcanzar la taza de té.

—¿El agua hirvió por...?

—Tres minutos, sí. —El atisbo de una sonrisa apareció en el rostro irónico de Arthur.

—¿Añadiste...?

—... dos cucharadas pequeñas de azúcar morena, un toque delicado de limón y una pizca de canela en polvo. Y sí, lo agregué después de sacar la bolsita de té. Y no, no la exprimí.

«Dirty mind, dirty mind, d-d-d-d-dirty mind».

La alarma fujoshi se activó.

«No pienses guarradas, Rough».

Los momentos así me condenarían al infierno.

«Mente sana como manzana».

Era imposible no shipear o pensar guarradas cuando uno completaba la frase del otro.

Respiré hondo y procuré prestarle atención a Tobyas, que había comenzado a hablar, pero las palabras se desdibujaron en el aire y fueron tornándose un episodio erótico boys love.

—Doyle-senpai, por favor, quiero sentirte dentro de mí —suplicaba Joshua, con el pelo rubio pegado a la frente por el sudor y las mejillas sonrojadas.

—Cierra la boca, blondie. —Arthur lo agarró por el cuello y con rudeza pegó su cuerpo contra la pared. Con la mano libre lo puso de espalda—. Quieto, dulzura, voy a...

Alguien me tocó el hombro de pronto.

—¿Rough?

Nate estaba de pie, con el brazo estirado y mi capuchino en su mano.

Sacudí la cabeza en un intento por borrar las nítidas escenas.

—Gracias. —Le dije, mis mejillas se calentaron de la vergüenza.

El ÁSPERO SUEÑO de ROUGH KIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora