CAPÍTULO 21 Pendeja ayer, perdeja hoy, pendeja siempre

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—Rough, ya no estamos en edad para quedarnos con las ganas.

—Lo sé.

Nate relamió sus labios.

—Tú lo quieres y yo también.

Asentí.

—A decir verdad, no puedo aguantarlo más.

Los ojos se le iluminaron.

—Mesera, por favor, dos pizzas extra grandes y dos jarras de cerveza.

Estábamos en la pizzería.

La empleada trajo nuestra orden y volvimos al ataque. Nate comía despacio, mientras yo devoraba todo con ansias. Comer era el único motivo por el que adoraba vivir.

—He comido demasiado, voy a explotar. —Me sobé la barriga inflada y me recargué del espaldar de la silla—. ¿Podrías comer más lento? —emití, irónica.

Nate levantó la mirada y me observó con cierto interés. Limpió sus manos en una de las servilletas y apartó el último trozo que, al parecer, ya no le cabía.

—Las chicas de aquella mesa —señaló con la barbilla—, no han parado de mirarte.

Volteé la cabeza. Ahí estaban tres elegantes chicas que me miraban con una repulsión infinita y me apuntaban como si fuera un fenómeno.

—¡Que les den! —Devoré el trozo que él había dejado.

—Me encanta cuando haces eso.

—¿Qué cosa?

—No te importa lo que piensen de ti —repuso en tono suave.

Me puso de los nervios escucharlo con aquella sinceridad exenta de hipocresías.

—Siempre eres tú: un petardo de persona que ama comer y odia perder.

Me atraganté con la bebida. Me eché encima lo que quedaba en la jarra. Nate soltó una carcajada, agarró el paquete de servilletas y me lo ofreció.

—Gano en todo, excepto en los bolos —apunté—. Esa putada de juego es un fraude, no hay una maldita manera de que todos los bolos caigan y...

—No le puedes hacer trampa —completó por mí.

Tuve que rendirme y reír.

—Sí, no puedo hacerle trampa —acepté.

Las chicas pasaron por nuestro lado y no pudieron evitar dar una última ojeada.

—Te llevaré a casa —anunció Nate mientras atravesábamos la puerta de la pizzería.

—No, es bastante tarde y andas sin auto. Llamaré un taxi.

—Vale, te acompañaré a buscar uno.

Era medianoche.

Marble Anne parecía estar deshabitaba cuando me bajé del taxi. Quizás por eso es que tenía tan mala fama, de noche parecía un verdadero heraldo de muerte y confieso que tuve miedo de caminar todo el trayecto desde el portón hasta la puerta principal.

El ÁSPERO SUEÑO de ROUGH KIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora