CAPÍTULO 22 Cuando un badboy pide perdón, pasan cosas malas

16.1K 2.2K 1.8K
                                    

Nate sacó una bolsa y me la tendió.

—Toma, te traje esto.

Dentro había golosinas y, por supuesto, mis barras de chocolate favoritas.

—Gracias.

—El viaje será largo. —El pelirrojo cambió la velocidad cuando salimos a la autopista; subió las ventanas, temperatura estaba algo fría—. ¿Aún eres una devoradora de libros?

—¿Cres que estas ojeras son por desayunar droga?

Nate se echó a reír.

Tomé una barra de chocolate y rompí el envoltorio.

—¿Y sigues enamorándote?

—Emperrarme con personajes literarios no es una fase, Nate, es un estilo de vida. —Le di un mordisco al chocolate—. ¿Y tú, pelirrojo teñido, todavía deseas recorrer el mundo con el violín a cuesta?

Me miró de soslayo antes de enfocarse en la carretera.

—Eso es un eterno pendiente. Es difícil alcanzar los sueños y, aunque me duela aceptarlo, no todos estamos destinados a llegar a la meta. Algunos se quedan en el camino, otros se dan por vencido. No sé en qué grupo estoy, Rough.

Me sentí identificada.

—Lo que no debemos es rendirnos —musité.

Él esbozó una sonrisa triste.

—Nate… —Las cuerdas vocales se me anudaron, sucedía siempre que intentaba hablar de mi padre—. Nate, ¿Hyun Kim te dijo algo ese día?

El profesor Kim, mi padre, había sido el mentor de Nate en la Academia. Solían llevarse muy bien; el pelirrojo era su alumno estrella y siempre estaba hablando de lo genial que era con el violín. Las cosas cambiaron cuando supo que su prodigio estaba con su hija. No obstante, con el tiempo lo aceptó.

Nate fue la última persona con la que habló papá antes de quitarse la vida.

Sus manos se tensaron al volante y apretó la mandíbula.

—Lo sé —añadí—, sé que mi padre te llamó antes de arrojarse por la ventana del ático.

Nate redujo la velocidad, desvió el auto y entró al aparcamiento de un local a la derecha de la carretera.

—Hyun quedó destrozado después de la muerte de tu madre. La culpa lo consumió. Había perdido las ganas de vivir hace mucho. Lo que hizo no deja de ser egoísta, pero te quería.

La nariz comenzó a arderme, la vista se me nubló y en segundos no pude ver nada por las gruesas lágrimas. Las gotas caían en mi falda de uniforme y mis hombros temblaban.

Es increíble cuánto dolor y lágrimas podemos esconder en el cuerpo.

Y recordé la última vez que lo vi vivo.

—¡Estoy sufriendo!

Las ventanas de su despacho estaban cerradas, la luz apagada y desde la esquina se escuchaba la tenue melodía de una canción de Ella Fitzgerald, la cantante favorita de mamá. Mi padre estaba barbudo y el ambiente expedía un desagradable olor a alcohol.

Respiré con fuerza hasta sentir mis pulmones llenos y caminé hacia él.

—¿Crees que yo no? ¿Crees que para mí ha sido fácil la muerte de mamá?

—¡Ella no está muerta! —Otro grito, este aún más desesperado y quejumbroso.

—Engañarte no la traerá de vuelta. ¡Entiéndelo! —Un sollozo escapó de mi garganta—. Te necesito, papá —balbuceé—. Lamento haberte molestado, regresaré a mi clase.

El ÁSPERO SUEÑO de ROUGH KIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora