CAPÍTULO 10 Remitente equivocado

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La notificación de un mensaje fue la razón de mi abrupto despertar.

El frío caló en mí en cuanto me destapé, la cabeza me dolía horrores y ni hablar del esfuerzo sobrehumano que hacía para mantenerme en pie. Mi móvil estaba sobre mi escritorio.

Nate: estoy en los portones de Marble Anne... baja, necesitamos hablar.

No sé qué me enfadó más: que intentara mangonearme o que conservara el número del cual esperé durante meses recibir un mísero mensaje. Supongo que fue lo segundo.

La cabeza me latió con una punzada de dolor y la vista se me desenfocó. Respiré hondo.

Otro mensaje llegó.

Nate: por favor.

Las manos me temblaron cuando empuñé el teléfono para contestarle.

Rough: vete a la mierda

La respuesta llegó enseguida:

Nate: vienes tú o voy yo, tú decides.

Nate en Marble Anne no era una buena idea.

Rough: bien, bajaré.

—¿A dónde vas?

Me volteé y, justo cuando lo hice, una imagen sorprendente vino a mí. Anton, ataviado solo con unos bóxers tortuosamente apretado a su figura, y sonriendo con una barra de pan en una mano y un pote de mantequilla de maní en la otra.

—Voy a… —musité, comenzaba a sentirme mareada—, a algún sitio.

Giré y continué mi camino.

—¡Rough, espera! —gruñó él y dejó las cosas en el escalón—. ¿Te encuentras bien?

—¿Por qué? —inquirí, abrazándome a mí misma para contener los temblores del frío.

—Bueno, no me echaste la bronca por andar en ropa interior por casa. —Colocó su mano abierta en mi frente—. Estás pálida y fría. —Acercó su rostro—. Tus pupilas están dilatadas…

Su voz fue volviéndose más tenue, hasta el punto que solo escuché un agudo pitido zumbar en mis oídos. Anton se transformó en una mancha vaga e imprecisa, la luz desapareció y sentí las fuerzas dejar mi cuerpo.

—¡Rough!

No tuve idea de cuánto tiempo estuve inconsciente o qué fue lo que me ocurrió; solo sé que cuando desperté no tenía la energía para abrir los ojos o moverme.

—¿Solo se desmayó?

Escuché la voz gruesa de Tobyas.

—Sí —contestó alguien más.

—¿Así, sin más?

—¿Cuántas veces tengo que repetirlo? —Era Anton, y alzó la voz—. Nos encontramos en el recibidor, me dijo que iba a algún sitio. Noté que estaba pálida, la llamé y cuando me acerqué se desmayó. Fin de la historia.

Hubo un pequeño silencio.

—¿Puedes decirme que haces en ropa interior? —Esa voz, nítida, gélida y cortante solo podía salir de la garganta de Joshua—. Por dios, Anton, ve a ponerte algo, se te marca el paquete y es una vista bastante desagradable.

—Hasta donde sé, Joshua, a ti no tiene que resultarte agradable mi pene, pero ya que lo mencionas, Rough no dijo nada cuando me vio así en el recibidor.

—¡Pedazo de genio! ¿Esperabas que alguien al punto del desmayo te regañara?

—¡No sé! Quizás se desmayó por lo bueno que estoy. Igual y esa debilidad en las piernas fue causada por este cuerpo colosal que yo personalmente llamo la octava maravilla.

El ÁSPERO SUEÑO de ROUGH KIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora