CAPÍTULO 5 Las víboras no muerden

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Y, por desgracia, el verano terminó.

Marshall me despertó a las 6:00 a.m. con un paquete de mis barras de chocolate favoritas y el estuche con mi medicación. Apagó el equipo en mi mesita de noche y lo cubrió con la funda antes de ofrecerme el ya común vaso con agua.

—¿Y las bestias? —pregunté.

—Durmiendo aún, supongo. Margaret ya está sirviendo el desayuno, no tardes en bajar.

—Okey Dokey.

Pero despertar no era lo difícil, sino despegarme de la cama.

Me quedé un buen rato mirando el techo mientras mi sistema se reiniciaba y devoraba una a una las barras chocolate. Cuando me percaté de la hora faltaban solo quince minutos.

Aparté la manta y me metí al baño maldiciendo el momento en el que se me ocurrió poner esas reglas estúpidas. ¿6:30 a.m.? Sí, claro, cómo si yo pudiera llegar temprano a algún sitio.

Mi mañana no pudo ir peor: el jabón resbaló de mis manos, la pasta dental se cayó del cepillo, casi me mato poniéndome las bragas. Porque es ley natural, siempre que estas apurada todo sale mal. Y, para empeorar, mi uniforme parecía haberse reducido, o ¿yo estaba más ancha?

«Maldito verano, iré a por ti un día de estos y te devolveré los kilos que me has hecho subir».

Septiembre había llegado y tenía que regresar a la academia. Rodé los ojos al recordarlo.

No existía un buen motivo por el que regresar después de repetir dos veces el primer curso; pero ahí estaba yo, decidida a pasarlo por tercera vez. Al menos tendría clases con algunos conocidos que arrastraban materias. Lo malo era que esos “conocidos” me odiaban.

Siendo sinceros, la tercera parte de la Academia —incluyendo profesores— no me toleraba. No era mi culpa. Vale, sí que era mi culpa. Lo que pasa es que ya me daba igual.

No importa qué tan bueno seas, todos somos los malos en la historia de alguien más. Así que, ¿para qué agobiarse? Disfruta tu rol y al menos sé una villana memorable.

Agarré mi mochila y salí con la camisa a medio abrochar, sin peinarme y con los zapatos en la mano. Pasé por la cocina a por tostadas para el camino, ya que no tenía tiempo de desayunar.

Paul, el chofer de los Luken desde hace cincuenta años, esperaba en la entrada.

—Buenos días, Rough.

—Buenos días, Paul. —Me senté en los escalones para ponerme los zapatos—. ¿Cómo estás?

—Muy bien. ¿Está entusiasmada con el nuevo curso?

Me quedé unos segundos fingiendo que pensaba.

—La verdad es que no.

Paul sonrió y saludó a alguien detrás de mí. Escuché los pasos de la manada acercándose.

—Un poco más y llegan tarde.

Joshua pasó por mi lado, seguido por los otros dos.

—No pretenderás que salga con los zapatos sin poner o me salte el desayuno.

El ÁSPERO SUEÑO de ROUGH KIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora