Mis manos sudaban y mis ojos bamboleaban desesperados de un lado al otro mientras mi cuerpo me gritaba «no entres» y «regresa con Nate». Sin embargo, como acababa de decir Tobyas, a veces uno sabe que va a estrellarse y en lugar de presionar el freno, aprieta el acelerador.
Giré el picaporte y entré.
Nunca he sido exigente con el baño. Bueno, si tenemos en cuenta mi historial, nunca he sido exigente con nada. Para venir de una familia adinerada, yo era bastante vulgar —palabras de Loryn— y no tenía problemas con orinar en un matorral si era necesario. Sin embargo, aquel sitio era un basurero.
El retrete estaba hasta arriba de mierda —y no en el sentido literal de la palabra. Ahí había de todo: jeringas, blísteres de medicamentos, condones usados, un pintalabios, ropa interior destrozada, papel sanitario salpicado de ¿sangre? Aquel era el baño del vicio. Ponías un pie en el cubículo y salías con un tumor, tres cánceres distintos y de regalo un hijo que, con seguridad, venía con enfermedades venéreas incluidas.
No pude evitar cubrirme la nariz. Como pude saqué de mi mochila un pañuelo y lo apreté contra mi cara mientras trataba de descargar aquella cosa y, como era de suponer, tampoco había agua. El lavabo, que estaba tan sucio como todo lo demás, parecía estar en época de seca y mi vejiga comenzaba a doler de tanto aguantar.
Estaba en medio de una dura crisis existencial entre orinar sobre toda aquella asquerosidad, hacérmelo arriba o aguantarme hasta explotar, cuando la puerta que, obviamente había cerrado desde dentro, se abrió de par en par.
El ruido me sacó de golpe de mis cavilaciones y miré con horror hacia el umbral.
Frente a mí estaban los dos chicos que vi hablar con el barman y el aludido justo en el centro. El joven de la derecha —de piel bronceada y cabello rubio—, le cuchicheó algo en el oído al barman y este, a su vez, se lo repitió al otro, el cual parecía menor y tenía unos enormes ojos verdes que se le perdían en la tupida mata de cabello castaño oscuro.
Me observaron, curiosos. Una sonrisa desencajada apareció en la cara del mayor.
—¿Puedo ayudarlos, caballeros? —pregunté, fingiendo una serenidad que no tenía, y resalté con saña la palabra «caballero», cualidad que ellos no poseían.
Estaba aterrada, y no era para menos. Ninguna mujer en una situación así permanecería tranquila. Es imposible cuando tres hombres acaban de abrirte la puerta del baño y te miran como si fueras un plato de espaguetis recién servido.
No obstante, no me amedrenté y, en tanto mis piernas temblaban, mi voz sonó regia.
—¿Qué necesitan? Debe de ser muy urgente para irrumpir de esa manera.
—¿Qué traes ahí? —inquirió el barman señalando mi mochila con la cabeza.
Los otros dos se recargaron de la puerta.
Intenté mirar sobre sus cabezas con la esperanza de ver a Nate, pero los chicos eran demasiado altos y yo era bastante pequeña. Desistí y comencé a idear un plan de escape. El baño era grande, solo tenía que distraerlos, hacerlos abandonar la puerta y correr.
Al menos en mi cabeza funcionó.
—Oh, ya veo. —Aferré las manos a las correas—. Es mi mochila, no la tuya. No te importa lo que traiga aquí. —Levanté la cabeza, orgullosa, tratando de demostrar seguridad—. Ahora, si me disculpan, tengo que retirarme.
Llegué hasta la puerta y casi me vi corriendo a Nate, gritándole que acelerara, casi.
—¿A dónde piensas que vas, ramera?
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El ÁSPERO SUEÑO de ROUGH KIM
Mystery / Thriller[Antes "ROUGH, DUERME SOBRE MÍ"] Marble Anne, la desvencijada mansión de la colina, está maldita. O, al menos, eso es lo que se comenta en la cuidad, pues la familia propietaria lleva generaciones muriendo allí. Rough Kim, una aspirante y fanática d...