CAPÍTULO 40 El final de un viaje siempre es el inicio de otro

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Lágrimas.

Gritos.

Cristales.

Sangre.

Comencé a caminar; un pie, luego el otro, moví las piernas hasta que me derrumbé en el piso de mármol. Mis rodillas resonaron por el impacto y comencé a llorar. No porque mis huesos protestaran, tampoco por el progresivo dolor en mi piel o el ardor en mis sienes.

—N-Nate... —No pude reconocer mi propia voz—. ¡Nate! —chillé—. No, no, no, no, no...

El pelirrojo miró la herida en su pecho, después a mí y otra vez su pecho.

—Rough…

—No —susurré.

Empujé mis manos contra el piso y me levanté.

Más lágrimas.

No podía creerlo. Parecía que estaba dentro de una horrible pesadilla, pero era real. Él había decidido ponerse en mi lugar.

Nate cayó sin fuerza en mis brazos y ambos nos derrumbamos en el piso.

—¿Por qué? —Le reprendí con las lágrimas empañándome los ojos—. ¿Por qué lo hiciste?

Acomodé su cabeza sobre mi regazo y presioné la herida en su pecho, rogando que la hemorragia se detuviera. Sus labios se separaron, pero de ellos no salió un sonido.

—¡Llamen a emergencias! —gritó alguien. Tobyas, sí, fue Tobyas. O eso creo.

La sangre no paraba por muy fuerte que apretara, los nervios se apoderaban de mí. Nate subió las manos hasta rodearme las muñecas y una sonrisa curvó sus pálidos labios.

—¡Qué irónica es la vida!  —Sus ojos verdes atravesaron los míos—. Al final soy yo quien se va. Al menos no estoy solo, tú sostendrás mi mano.

—Nate, no digas mamadas. Vivirás, verás que sí.

Un lamento hizo eco en la inmensidad del recibidor.

Cuando levanté la mirada me encontré con un Tobyas vuelto una fiera sobre Hyun Kim. Golpeaba su cara sin parar y nadie hacía nada. Arthur observaba desde una distancia prudente, detrás de él Anton, horrorizado y Loryn, con una mano sobre su boca.

—¡Malnacido! ¿No has tenido suficiente ya? —gruñó.

Un golpe.

—Debería matarte, infeliz.

Otro golpe.

Por un instante el único sonido que reverberó en el recibidor fue el de los puñetazos de Tobyas, los jadeos de dolor de Hyun y la respiración, fuerte y entrecortada, de Nate.

—Rough..., por favor, dile que se detenga. Lo meterán preso si no se detiene.

Atisbé a Arthur. El gesto, por mínimo que fuese, fue suficiente. Mi tío cruzó el recibidor y agarró a Tobyas. El irascible pelinegro no paró de moverse aún cuando lo inmovilizaron. Cuando nuestras miradas se encontraron pude ver que lloraba.

—¡Suéltame!

—¡Es suficiente, Tobyas! —Joshua le propinó una sonora bofetada que lo hizo detenerse por un segundo.

Arthur lo soltó y, cuando pensé que saltaría sobre Joshua a coger la bronca con él, se abrazó al rubio y rompió a llorar.

—¡¿Dónde cojones está esa maldita ambulancia?! —vociferó Arthur.

Los oficiales levantaron lo que quedó de Nathan y lo sacaron de la mansión. Anton me trajo todas las servilletas que encontró.

—Presiónalas en la herida, ayudará a controlar el sangrado.

El ÁSPERO SUEÑO de ROUGH KIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora