CAPÍTULO 12 De libreros agresivos, tormentas y tareas sin hacer

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—Marshall, no sabes cuánto te adoro.

—Lo has repetido unas cinco veces, niña. —Colocó una bolsa con hielo sobre la isla—. Para tu frente. Ahora, ¿puedes decirme que hacías en el cuarto de Tobyas?

Fue tanta la rudeza que usé para ponerme la bolsa con hielo que emití un alarido de dolor.

—Intentaba encontrar algo que lo incriminara. —Rezongué por lo fría que estaba.

—¿De qué, Rough? ¿Que lo incriminara de qué?

—No lo pensé, ¿vale?

—Por supuesto que no.

—Escuché una conversación, Marshall, él dijo…

—Haces las cosas sin pensar. —Me interrumpió, estaba enfadado—. De no haberte visto entrar e intervenir a tiempo te hubiera atrapado metida debajo de su cama.

—Y te lo agradezco.

Las cosas se habían puesto potentes y si Marshall no hubiera tocado la puerta en el momento más oportuno no sé qué hubiera pasado. Envió a Tobyas a algún sitio y logré salir ilesa.

Bueno, no tanto. Al salir me golpeé la cabeza con la pata de la cama.

—Rough, no estaré toda la vida sacándote de los líos. Llegará el día en que no pueda ayudarte y conseguirás más que un golpe en la cabeza. No puedes ir por la vida a lo loco…

—¡Hola por aquí! —Anton entró a la cocina, fue directo al refrigerador—. Llegamos.

Marshall se levantó y lo saludó con un gesto de la cabeza.

—Continuaré con mis asuntos. —Nos dejó solos, no sin antes advertirme con los ojos que no cometiera ninguna estupidez.

Anton tomó una botella de agua y la bebió de una vez. Exhaló, saciado, y ocupó una butaca.

—¿Y a ti que te pasó?

—Me golpeé con el librero.

«A este paso terminarás graduándote de Mentirología».

—Dirás que el librero te apaleó. —Evaluó los daños en mi frente—. Ven, no le sabes, lo estás haciendo todo mal. —Me quitó la bolsa, saltó la isla y se quedó al borde. Me apartó el pelo de la cara y colocó la bolsa en mi frente—. ¿Conoces Free Fire?

—Ni idea.

—Armas y supervivencia en una isla. Hoy lo probaré. ¿Te apetece algo de acción?

«Rough no tiene la menor idea, somos profesionales».

Sentí que debía apartarme de Anton y salir de allí, pero no tuve ganas. Ni siquiera tenía idea de lo que esa conversación había significado y no quería asumir nada antes de tener pruebas.

¿Le estaba dando una oportunidad? Quizás.

«Anton, no la cagues, por favor».

—Vale, probémoslo.

—¡Perfecto! Ordenaré pizza.

El ÁSPERO SUEÑO de ROUGH KIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora