CAPÍTULO 15 En el salón de danza hace calor

20.6K 2.5K 1.2K
                                    

—Eres pésimo en esto —protesté.

—Al menos hago el intento, tú ni te mueves. —Aprisionó mi cintura con firmeza—. Eres una jodida estrella de mar. Me lo dejas todo a mí y después tienes el descaro de protestar.

Sequé el sudor de mi frente con el dorso de mi mano.

—Estás pegajoso.

—Obvio, señorita, me estás haciendo sudar.

—¡No me toques tanto!

—¿Cómo rayos quieres que haga esto sin tocarte, por telepatía?

—Al menos podrías ser un poco más delicado. Me aprietas mucho, y ya me duele el cuerpo.

—Eso es porque estás oxidada y llevas una vida sedentaria. —Deslizó su mano desde mi cuello hasta mi abdomen, lento y superficial, tocando solo lo necesario.

—¡Hey, por ahí no era!

—Rough, ¡por el amor de Dios! Si esto es bailando, no me imagino lo que armarás follando.

—No quiero volver a bailar contigo en mi vida.

La pieza musical llegó al final.

—Ya somos dos. —Me bajó con cuidado, hasta que mis pies descalzos tocaron el suelo de madera. Mis manos seguían amarradas en su nuca y las suyas en mi cintura—. Espero que con esto sea suficiente, no estoy hecho para esto.

—¿Para qué estás hecho? Supongo que tocar el bajo y caminar, ¿no?

Nos apartamos y él fue al otro lado del salón a por su botella de agua. Se quedó allí, sentado en el suelo con la cabeza apoyada en el banco y el pecho subiendo y bajando por la agitación.

Lo único que pasó por mi mente fue que en ese mismo rincón se lo comí todo.

—Hablas de los modelos cómo si fuéramos unos tontos e inútiles.

Me tendí en el suelo. Del bolsillo de mi chaqueta saqué una barra de chocolate algo blandita.

—Nunca he dicho eso.

—Pero lo piensas.

—Para caminar y verse lindo no hay que ir a una escuela. Tienes razón, creo que son tontos.

—Repites el primer curso por tercera vez y los tontos somos nosotros —rezongó—. Además, de existir una escuela para aprender a caminar a ti te vendría bien entrar.

—¿Por qué lo dices? —Levanté un poco la cabeza para verlo.

—¿En serio? Tropiezas con todo. No sé cómo sigues viva.

No tuve más remedio que echarme a reír.

—¡Mañana termina esta pesadilla! —exclamó, retórico, se puso de pie. Estiró el cuerpo, y la camiseta se le subió, dejando a la vista la silueta «v» que se marcaba en su pelvis.

Tragué a empujones el chocolate que tenía en la boca.

—No puedes estar un minuto sin mirarme, ¿eh?

—Es difícil, estás bueno.

—Adoro tu sinceridad. ¿Cuántas barras de chocolate te comes al día? —preguntó mientras caminaba hasta mí, se acuclilló y leyó el sobrecito—. Vaya, casi quinientas kilocalorías en solo cien gramos.

Me senté y devoré lo que quedaba antes de continuar.

—Depende. Alrededor de cinco u ocho. A veces diez.

Tobyas abrió los ojos, sorprendido.

—A Joshua le daría un infarto. —Liberó una escueta sonrisa y no pasé por alto que era la primera que me mostraba en días—. ¿Cómo sigues estando tan delgada?

El ÁSPERO SUEÑO de ROUGH KIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora