CAPÍTULO 11 Nunca confíes en un músico

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Anton pausó el videojuego.

—En la próxima partida voy a ser Sub-Zero —dijo. Mi personaje le estaba dando una paliza al suyo—. Rough, estás jugando a lo loco y sin mirar el mando. ¿Cómo puedes ir ganando?

—Ni sé. Juguemos a otra cosa, Anton. Estoy aburrida.

—¿Quieres salir a tirar piedras? —preguntó con trivialidad.

—No estás hablando en serio. ¿O sí?

El castaño enarcó una ceja, respondiendo mi pregunta. Iba en serio.

Joshua entró al salón de juegos, con su común expresión de haber masticado un limón. El pelinegro venía detrás de él, con el bajo colgado del hombro. ¿Iban a ensayar tan tarde?

—Anton, ¿estás listo? —preguntó el rubio.

El castaño risueño hizo un puchero.

—Rough, creo que tendremos que salir a tirar piedras otro día. —Apagó el PlayStation y acomodó los mandos en su sitio—. Puedes quedarte. Apestamos, pero igual eres bienvenida.

—Gracias, pero mejor me voy a dormir. Es tarde y mañana es lunes.

Anton encogió los hombros.

—Como quieras, nena. —Pellizcó mi mejilla con suavidad—. Duerme bien.

Tobyas nos observó con las cejas enarcadas.

El miedo me invadió en cuanto crucé el umbral de mi habitación.

Intenté sobreponerme. Era obvio que no dormiría, pero al menos podía mantener mi mente ocupada para no pensar en que alguien me quería muerta. No obstante, no pude enfocar mi atención en nada más que eso. Las películas no ayudaron, tampoco los libros.

Era madrugada cuando unos toques en mi puerta casi me hacen escupir el corazón.

—Tobyas, ¡por el amor de Dios! —rezongué, las manos en mi pecho en un intento de recobrar la compostura.

El pelinegro entró airoso en mi habitación, sin esperar a que lo mandara a pasar.

—Eres tan fácil de asustar.

—Payaso. ¿No tienes nada mejor que hacer?

—No. Agobiarte es mi pasatiempo favorito.

Volví a adoptar mi posición de estrella de mar: brazos abiertos y ojos en el techo.

—¿Qué quieres?

—Mejor ni hagas esa pregunta, Rough. ¿Cómo has estado?

—Bien. —Me levanté a regañadientes—. Ahora que ya lo sabes, vete.

Temí que sacara el tema de mi desmayo o lo que pudo haber oído aquella noche. No esperé su respuesta, crucé todo el trayecto hasta el baño. Me cepillé los dientes y me lavé la cara para espabilarme un poco. La noche sería larga y no podía dejarme vencer por el sueño.

Al salir me recibió la formidable escena de él preparando la cama. Sonrió y apagó las luces.

—¿Qué estás haciendo? —Las encendí otra vez.

El ÁSPERO SUEÑO de ROUGH KIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora