CAPÍTULO 8 La bolera, la Death Note y el anónimo

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—¡Qué ganas de que alguien me dé duro contra el muro o lento contra el pavimento! —Oryan suspiró y batió sus largas pestañas—. ¿El pelinegro macizo y tú no lo han vuelto a hacer?

—Desde entonces lo he estado evitando.

—¡Pero serás mensa, Rough! Cógelo como niño que no tuvo piñata. Desbarátalo, mujer.

No tuve más opción que reír. Adoraba la seriedad con la que Oryan inventaba disparates.

—¿Cómo van las cosas en tu casa? —pregunté, cautelosa.

A Oryan se le borró la sonrisa.

—Otto volvió a meterse en problemas y otra vez tuve que darle a papá todos mis ahorros para ayudarlo a pagar la fianza. A este paso nunca podré completar el dinero de la universidad.

El hermano mayor de Oryan era un pleito hecho persona. Ahí donde iba hacía de las suyas y al final eran ella y su padre quienes tenían que cargar con la responsabilidad.

Ella era un rayo de luz, alegre y llena de energía, pero tenía batallas. Quería ayudarla, pero ni siquiera yo tenía el dinero para irme de Nueva Estación. Podía ser la heredera de los Lukens, pero el testamento de mi abuelo no se haría público hasta diciembre de ese año.

Tenía una lista de prioridades cuando tuviera el dinero y la universidad de Oryan era una de ellas. A pesar de que nos conocíamos hace solo dos años, había llegado a mi corazón.

—Gracias por dejarme dormir hoy en Marble Anne, Rough.

—Mi casa es tu casa. —La abracé por lo hombros—. Lo mejor se acerca, Oryan. No siempre estaremos hechas polvo. Algún día nos reiremos de los tiempos difíciles, lo prometo.

—Chicas, terminó el descanso —vociferó Carlos, el dueño de la bolera.

Ahuequé la mejilla de Oryan.

—Vamos, que nuestros gustos de millonarias no se pagan solos y aún no conseguimos sugar.

La morena se echó a reír.

El lugar se había llenado durante los quince minutos de descanso. Era viernes noche y en la pequeña ciudad de Nueva Estación no había muchas opciones recreativas para los jóvenes, por lo cual no me sorprendió ver a la cuarta parte de la Academia ahí.

Anton emergió de la turba de gente con una escandalosa sudadera de Pikachu.

—Dime que tienes algo que no sea carne ni carbohidratos. —Me saludó con el puño cerrado.

—Tengo agua —contesté, encogiéndome de hombros.

Anton miró atrás, al sitio en el que estaban Joshua, Tobyas y Yamada y se volvió al frente con una sonrisita traviesa. Era adorable como un pequeño gatito, daban ganas de abrazarlo.

—Este man anda enfermo de los nervios. Le aseguré que aquí vendían comida vegana. —Llevó las manos a su cabeza—. Va a matarme. Sí, soy hombre muerto.

—Dirás, Pikachu muerto.

Las comisuras de sus labios se estiraron en una sonrisa de boca cerrada.

—Rough, ¿no tendrán en la cocina un pedazo de lechuga y un trozo tomate?

—Joshua no se enfadará por esa simpleza.

—Díselo a Tobyas, el pobre ha cogido tantos golpes de Joshua que tiene miedo contradecirlo.

Había algo de realidad en lo que decía. El príncipe rubio era intimidante.

—Veré que puedo hacer por ti.

El ÁSPERO SUEÑO de ROUGH KIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora