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IVÁN

Me tapo los oídos por orden expresa del sargento Alcaraz habiéndome alejado previamente de la puerta. Hache, ya conmigo otra vez, hace lo mismo que yo mientras esperamos a que el explosivo detone mientras el sargento se nos une con rapidez con la metralleta colgada al hombro.

—Tres, dos... —cuenta el soldado.

La puerta estalla soltando humo negro y cuando este se dispersa nos acercaremos tratando de no pisar los escombros producidos por la explosión.

El pasillo que tenemos delante al bajar los escalones es oscuro y silencioso, lo que no me da buena espina en absoluto, pues todavía siento que algo se me escapa. Hay algo que se me va de las manos y me da rabia no saber de qué se trata.

Hache me quiere adelantar y le tomo por el hombro para frenarle.

—No irás primero si no sabemos qué hay en este pasillo.

—Alguien tiene que ir primero —protesta.

—Iré yo —se ofrece el sargento—. Soy el único que tiene un chaleco antibalas.

Que el soldado vaya primero me importa tanto como encontrarme un botón en el suelo, así que no me opongo a que Alcaraz se adelante.

El sargento enciende la luz que tiene en la ametralladora e ilumina el camino yendo por delante a un par de pasos mientras Hache y yo apuntamos con nuestras armas a cada rincón por el que pasamos.

Una habitación sin puerta aparece a mi izquierda y tanto mi mejor hombre como yo nos adentramos a inspeccionarla mientras el soldadito se queda fuera para vigilar. La estancia está vacía. No hay ningún mueble ni nada que me indique que aquí ha habido alguien, lo único que me perturba un poco es la cadena que hay clavada en la pared porque Jess aparece en mi mente en esta misma habitación encadenada. Mi imaginación me juega una mala pasada al pensarlo y la rabia se me enciende en las venas.

—Si no encontramos a Jess ya voy a calcinar esta mierda de sitio —rugo, saliendo al pasillo de nuevo.

—Tiene que estar aquí —asegura el delgaducho soldado.

—¿Por qué nos acompañas? —le pregunta Hache—. Vosotros habéis venido a llevaros a los Muñoz.

—Rojas y yo nos alistamos al mismo tiempo —nos informa—. Es una buena soldado y mi compañera desde hace años.

Los dos mantienen una charla acerca de lo muy importante que es Jess para su equipo y lo poco que le gusta tener que matar a alguien cuando la situación lo requiere, cosa que ya sabía porque le afectó muchísimo salvarme aquella vez al principio de conocernos; sin embargo, no les presto demasiada atención porque Hache ha dicho algo que me ha dejado la cabeza hecha un caos. Ha dicho "los Muñoz", no Óscar ni la mafia Muñoz, no... Lo ha dicho en plural.

—Miguel... —pronuncio rabioso, con la voz saliendo gutural y profunda.

—¿No está muerto ya? —inquiere mi medio hermano.

—No he visto su cadáver —declaro con los dientes apretados.

—Ni nosotros nos lo hemos llevado —afirma el sargento.

—De puta madre... —murmura Hache molesto.

Vamos abriendo puerta tras puerta sin encontrar nada y cada habitación vacía alimenta mi ansiedad hasta tal punto que acabo creyendo que Jess no está aquí. Acabo pensando en que se la han llevado lejos y que no voy a poder encontrarla.

Cada paso es una tortura porque me llevan a estancias despejadas y vacías y cada latido de mi corazón retumba en mi cabeza de forma agónica y desesperante. No ver rastro de ella me vuelve loco de atar y la furia se apodera de mi cuerpo cuando solo nos queda por inspeccionar una última sala.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora