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Giro hacia un lado de la gigantesca cama: estoy incómoda. Giro hacia el otro de nuevo: no dejo de pensar. Me pongo bocarriba con las manos en mi vientre.

«¿Iván estará bien?»

Doy un puñetazo sobre el colchón por pensar en eso. ¿Por qué me preocupo?

Salgo de la cama molesta conmigo misma y me pongo la bata. Tengo que aprovechar que el señor Castelier no está para deambular a mis anchas por el lugar porque hay un par de cosas que quiero averiguar y si él ronda por aquí no podré saber una mierda.

El pasillo me recibe tan silencioso y oscuro como una cueva. Las únicas personas que están despiertas aparte de mí están en el exterior vigilando el perímetro, así que tengo toda la mansión para mí; pero tengo que ser sigilosa porque no quiero que nadie interrumpa mi curiosidad.

Voy descalza para hacer el menor ruido sintiendo la moqueta bajo mis pies. Intento respirar lo menos fuerte posible y camino lentamente fijándome en los muebles y la decoración gracias a que mi vista ya se ha acostumbrado a la oscuridad.

«¿Hacia dónde debo ir?», pienso cuando me encuentro frente a la escalera.

No tardo ni un minuto en decidir el rumbo que voy a tomar, así que me lanzo escaleras abajo con sigilo vigilando que nadie esté rondando por aquí. Al llegar al pasillo elegido, cuento las puertas a mi derecha hasta dar con la tercera, rezando mentalmente por que no esté cerrada.

—Mierda... —susurro cuando compruebo que no se abre.

Vuelvo escaleras arriba lo más rápido y silencioso que puedo y entro al baño de la habitación de Iván donde sé que que encontraré lo que necesito. Abro el neceser, lo revuelvo hasta encontrarlas y camino escaleras abajo de nuevo a mayor velocidad porque sé que no hay nadie que interrumpa mi escrutinio.

Llego a la tercera puerta y hundo las horquillas negras en la cerradura. Voy metiéndolas lentamente hacia el fondo mientras las muevo hacia los lados hasta escuchar ese glorioso "click" que me hace saber que lo he conseguido. Entonces, giro las horquillas hasta que la cerradura cede tal y como lo haría con su propia llave. Entro rápidamente y cierro detrás de mí con cuidado para no hacer ruido.

El despacho de Iván me recibe en completa y silenciosa oscuridad.  Hasta que mis ojos no se acostumbran un poco no soy capaz de diferenciar en qué punto exacto de la estancia estoy y me muevo con cuidado de no tropezar hasta que llego a su escritorio, donde recuerdo que vi aquellas fichas de niños.

Tengo miedo de saber la verdad. No quiero que mis sospechas sean ciertas porque no sé si podré aguantar lo que mi instinto me dice que ocurre entre esta mafia y esos niños.

Rebusco sobre su mesa, pero los papeles que encuentro no son lo que busco, ni siquiera tienen fotos... Decido abrir los cajones que hay a la derecha de su sillón. En el primero: un revólver oscuro. En el segundo: un paquete de folios en blanco y ¿condones? «vaya con Iván». En el tercero... ¡Bingo!

Saco las hojas y me siento en el sillón, arrastrándolo con cuidado hacia la ventana para ver lo que dicen gracias a la luz que entra. Las paso una a una rápidamente y me doy cuenta de que todos parecen menores de catorce años, así que me molesto en leer algunas de ellas. En cada una hay una sola foto en una esquina mostrando la cara del niño con sus nombres y apellidos al lado. Más abajo se explica de dónde son y cómo es su ¿estado?

—¿Qué es esto? —susurro sin comprender nada.

«Borja López Osorio.

Edad: ocho.

Nacionalidad: Española.

Hayado: Alicante, Valencia.

Estado: Desnutrición severa, hematomas en el tórax y fractura en la tibia».

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora