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Arriba tienes a Hache.

Si este es el capítulo que primero te aparece, vuelve hacia atrás porque seguramente te habrás perdido el capítulo anterior.

Despierto abruptamente, escapando al fin de la pesadilla. Soñar con mi primer año en el ejército no es nada bueno y alegre, es más bien horrendo y traumático.

Tengo la respiración agitada, el cuerpo chorreando de sudor y la boca más seca que el desierto del Sáhara.

Salgo de la cama, me calzo y salgo de la habitación para ir a por agua.

Recuerdo que el primer año en el ejército fue el más duro. Teníamos toque de queda, tres estrictas comidas al día, (a las cuales si faltabas no volvías a comer hasta la siguiente comida), toque de campana a la seis de la mañana y recuento y esfuerzo físico del duro casi todo el tiempo. Me enseñaron a disparar, maniobras de ataque, enfrentamiento cuerpo a cuerpo y espionaje. Fue de lo más horrible y muchos desertaron, pero yo aguanté a pesar del esfuerzo físico y mental que me costó. Conforme escalé puestos pude escoger la rama a la que quería pertenecer y las maniobras de ataque siempre me gustaron; idear el plan, encontrar puntos estratégicos, concluir un buen ataque... Gané medallas al valor, a la estrategia y al compañerismo y fui ascendiendo en mi rango hasta convertirme en una de las diez mejores personas de mi promoción. En mi primer año como soldado maté a varias personas que atentaban contra mi vida y recuerdo que no podía dormir por las noches porque la conciencia me pesaba muchísimo, pero conforme fue pasando el tiempo entendí que si yo no apretaba primero el gatillo no tendría forma de volver a casa a ver a papá y ayudarle en con su vida de drogadicto. Me pasaba meses fuera combatiendo y aprendiendo a ser mejor soldado, y cuando volvía a casa con una gran suma de dinero ahorraba la mitad para poder comprar la casa de mis sueños, el resto lo invertía en ayudar a mi padre.

Cuando maté a ese hombre para salvar a Iván me sentí destrozada, no por no haber matado antes, sino porque era la primera vez que apretaba el gatillo frente a alguien que no tenía intención de dispararme, pero el remordimiento ya no es tanto porque sé que me hubiera violado o matado de haberme visto. Tuve miedo como en cualquiera de las misiones que mi general me mandaba y lloré después como en cada ataque para aliviar la impotencia de saber que podría haber sido diferente si las personas fueran bondadosas, pero era la primera vez que me disparaban sin tener mi equipo de asalto y creo que eso fue mi detonante para derrumbarme. Gracias a Dios todo salió bien.

Entro en la cocina y me sirvo un vaso de agua con la luz apagada porque no quiero alertar a nadie. Erre, el triceratops, siempre anda por ahí y no tengo ánimo de dar explicaciones a alguien que no me va a contestar, porque aún no le he escuchado hablar. Sacio mi sed y me encamino a ir por donde he venido. Enfilo el pasillo a oscuras recordando que mi habitación es la tercera puerta a la izquierda, pero un ruido extraño se escucha desde el fondo del pasillo.

Sé que no debería ir, pero mi curiosidad es inmensa siempre y me extraña no haber escuchado nada antes cuando he salido. Es más, ¿quién deambula por la casa a las tres de la madrugada? Sí, yo, pero alguien más tiene que haber.

Se escucha un sonido metálico acompañado de un grito lejano. Miro la puerta por la que el ruido sale y pego la oreja para oír mejor.

Se oye otro grito desgarrador, de esos que te queman la garganta.

—¿Me pides piedad? —dice la voz de Iván. ¿Quién iba a ser si no?—. ¿Cuándo me brindaste tú piedad a mí?

Se escucha un sonido metálico otra vez y el grito que se oye me indica que es masculino.

Iván está torturando a un hombre...

¿Esto es lo que esconde en el sótano?¿Tiene a un hombre encerrado para torturarle?

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora