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Tres meses después.

Mi decisión había sido clara. No tuve que pensarlo mucho porque lo que me había ocurrido me hizo escoger con facilidad, tanta que ni siquiera me sorprendí cuando la dije en voz alta.

Iván Castelier había sido un grano en el culo, uno al que se le coge cierto cariño al final. Un grano molesto del que me enamoré... por eso me dolió cuando le dije que me marchaba.

Decidí dejar atrás todo lo que me rodeaba en ese momento porque lo necesitaba. Necesitaba desahogarme de aquella tortura en la que yo misma me había metido y de la cual fui la causante de mi peor dolor.

Me despedí de Gómez y de mis compañeros presentando mi dimisión definitiva, pues tampoco quise seguir formando parte de algo que era mi sueño y mi temor a la vez. Creo que fui una buena soldado, pero una cagada de mierda también en cada misión, así que fue una buena elección alejarme para siempre de mi tropa y del ejército.

Me despedí de Erre y de Ele, con los que cogí más confianza en toda mi estadía en la mansión Castelier. Ellos se disgutaron, no les gustó mi huida en absoluto, pero también me brindaron sus mejores sonrisas y me desearon buena suerte en la vida. Es algo que siempre llevaré en mi corazón.

Decirle adiós a Hache fue mucho más doloroso. Mucho peor que cualquier otra despedida. Mucho peor que el abandono de mi madre... Despedirme de Christian fue tan agradable como una patada en la boca del estómago. Los ojos se me anegaron en lágrimas mientras le decía adiós. Él no habló, imagino que porque su perplejidad y molestia le impidieron hacerlo; seguramente intentaba suplicarme o insultarme, no lo sé, pero fue doloroso igual. Le abracé por última vez y me rodeé de su calor corporal una vez más, así que imagina mi decepción cuando no me devolvió el gesto. Supongo que mi partida era demasiado precipitada e hiriente para él y no quería aceptarlo.

Pero lo más doloroso de todo fue que a quien quería ver antes de marcharme, no se dignó a aparecer...

Iván no vino a despedirme. No quiso ver cómo me iba sin mirar atrás y fue tan doloroso que derramé algunas lágrimas al irme, pero sabía que así era mejor. Sería mucho más difícil irme si me despedía de él. Era mucho mejor así porque de aquella manera no me echaría hacia atrás con mi decisión. Si no veía a Iván, no tendría dudas. Si no le veía, no pensaría en la idea de quedarme. Era más fácil porque así me di cuenta de que mis sentimientos no eran correspondidos.

—¿Qué quieres cenar? —me pregunta Noah, mi compañera de piso desde hace más de dos meses.

Frunzo los labios pensando en qué me apetece mientras le echo un vistazo.

Cuando vi a Noah por primera vez quise gritar porque me recordó mucho a Marga. Es delgadita, bajita, rubia y con cara de niña buena. Quizá por eso mismo le dije en un principio que la habitación ya la había alquilado, pero me dio tanta pena al ver su cara de decepción que recapacité y me dije a mí misma que ella no tenía por qué ser mala como Marga lo fue.

—¿Y si pedimos una pizza? —le sugiero, sin apartar la vista del espejo de mi baño porque me estoy peinando para ir a trabajar.

—¿De barbacoa como la otra vez?

—Sí, como quieras.

Me rocío de perfume y me aplico rímel en las pestañas después.

Noah abre el pequeño bolsito donde guardo mis pintauñas y busca ese de color verde pistacho que tanto le gusta. Hemos cogido la confianza suficiente como para que rebusque en mis cosas sin que me importe demasiado; tampoco es como si se pusiera a fisgonear en mis cajones o algo así.

Salgo del baño y camino hacia el salón donde tengo el abrigo y mi bolso.

Me parece increíble que después de todo pude vivir finalmente en ese apartamento que compré, pero ahora los gastos se me salen del presupuesto porque no cobro tan bien como cuando era soldado, así que tuve que alquilar una habitación para ahorrar algo de dinero.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora