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Arriba tienes a Iván.

Marga se me atraviesa por el pasillo y tengo que echarme a un lado para no tropezar con ella y tirar los productos de limpieza que lleva en las manos. Es un alivio tenerla de vuelta porque Hache se pasa el día con Iván y cumpliendo órdenes de este, aunque en realidad la que está de vuelta soy yo.

Estamos en Sevilla desde ayer y me alegra poder ver a Marga sana y salva después de tener que irnos tan abruptamente y abandonar la mansión. Me alegra ver que su sonrisa no ha desaparecido y que habla conmigo con la misma confianza que antes. Lo único malo de estar aquí es que Ana también está. Es una mujer odiosa.

—Perdona, no te he visto —me dice preocupada.

—Tranquila, he sido yo que voy pensando en mi mundo —sonrío para que le quite importancia—. ¿Qué haces?

—Tengo que limpiar el salón y los aseos de las habitaciones para invitados.

—Te ayudaré.

—No hace falta, puedo yo sola.

—Insisto. Paso demasiado tiempo sola y ayudarte me vendrá bien para distraerte. Además, así terminas antes.

La pobre parece ver el cielo abierto cuando ve que voy a ayudarla de verdad y juntas nos encaminamos a los aseos para empezar con el trabajo.

Me pongo unos guantes amarillos y ella unos rosas para empezar. Yo limpio las bañeras que es lo más costoso y ella el váter y el lavabo. Hablamos de todo un poco mientras tanto. Le cuento algunas anécdotas graciosas de mi niñez y ella a mí de la suya. Siempre creí que la mía fue una auténtica mierda, pero al escucharle hablar me doy cuenta de que ser una hija abandonada por su madre no es nada comparado a ver cada día cómo hombres diferentes llegan a casa a tener sexo con tu madre. Se me revuelven las tripas al escuchar su tono entristecido, relatándome cosas sobre su infancia que a cualquiera le habrían traumatizado.

—¿Y tu hermana? —pregunto—. ¿Ella no te ayudaba a nada?

—Se pasaba el día en la calle para no tener que ver lo que ocurría en casa —responde, pasando la balleta por el lavabo—. Era más fácil huir que quedarse a ayudar a mamá en las tareas domésticas.

—Lo siento.

—No te preocupes. Ahora mi madre tiene un buen empleo y yo también. Al menos tenemos eso.

—¿Qué hay de tu hermana?

—Ella prefirió tomar otro camino —responde apenada—. ¿Tú no tienes hermanos?

—No, al menos que yo sepa. Quizá mi madre se volvió a quedar embarazada, ¿quién sabe?

—¿No te gustaría verla otra vez?

—Para nada. Tengo muy claro que sólo quienes quieren estar en mi vida merecen estarlo.

—¿Fue duro crecer sin amor maternal? —guarda silencio mirándome horrorizada—. ¡Dios, lo siento! Soy una bocazas.

—No te preocupes, no es algo que me haga sentir mal. Y sí, lo fue, pero no creo que tanto como por lo que tú has pasado.

—Supongo que ambas somos unas chicas sin infancia.

Suelto una carcajada cuando veo que sonríe.

—Amigas sin infancia —corrijo—. No suena mal, ¿eh?

Terminamos los aseos y nos encaminamos al salón entre risas, compartiendo anécdotas divertidas que nos levanten un poco la moral.

Me gusta Marga, es una chica sencilla y simpática que se conforma con lo poco que tiene. Es conformista y alegre, una combinación demasiado buena. Me parece una mujer muy bonita. Quizá sí se arreglara un poco más podría deslumbrar con su belleza, pero tampoco me meto con eso porque yo soy la primera que no se maquilla a no ser que sea estrictamente necesario. Me gusta sentirme natural y ser sencilla, no necesito maquillajes caros ni uñas de gel para quererme.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora