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He perdido la cuenta del tiempo que llevo aquí. No sé cuántos días exactos estoy secuestrada, pero seguro que, al menos, una semana. Nadie ha pasado por aquí para ver si sigo viva o me he muerto desde que Miguel se marchó. De hecho, la comida y los trozos rotos de los platos siguen en el suelo y ya empieza a notarse el hedor de la comida pudriéndose, aunque de todas formas aquí huele horriblemente mal, así que tampoco hay mucha diferencia. He tenido que mear en un esquinita porque parece que ni siquiera se me permite ir al baño, todo hay que decirlo, y con respeto a hacer de vientre, me he aguantado tanto que ya ni ganas tengo desde hace días. Así que, sí... se puede estar mucho peor que en una de las mansiones Castelier.

«Y yo me quejaba...».

Se escucha que la puerta se abre, pero no sé si alegrarme o desear volver a estar sola porque nada bueno puede haber detrás de ese sonido.

Me levanto como puedo, notando que la debilidad de todo mi cuerpo me impide mantenerme en pie sin creer que voy a desfallecer. Las piernas me duelen tanto que tiemblan al erguirme y siento un cansancio tan grande y extremo que imagino que de un momento a otro me caeré de culo.

Me hace rabiar ver que Marga es quien entra, seguida de un escolta, claro, porque estar a solas conmigo es un riesgo que no quiere correr.

-Buenos días, dormilona -dice, con esa sonrisa que en su momento creí que era verdadera-. Tienes que estar desesperada, todo esto es tan diferente a lo que estabas acostumbrada con Castelier... -camina por el lugar fijándose en la comida medio podrida que hay en el suelo mientras yo trato de mantenerme en pie apoyada en la pared-. Miguel habló con mi marido y conmigo el otro día. Nos dijo que alguien como tú, de tu clase social, no debería estar encerrada en un lugar como este... Óscar y yo llegamos a la conclusión de que tiene razón.

No me importa lo que hablen o no sobre mí porque hay algo mucho más importante para mí que salir de este sitio de locos.

-¿Dónde está mi padre? -mi voz apenas se escucha y la garganta me duele al hablar, pero necesito saber si mi padre sigue vivo porque es lo único que arroja un rayo de esperanza al mar de tinieblas en el que me encuentro.

-Está bien, si eso es lo que te preocupa -informa, apartando un trozo de plato con el pie-. Su salud también depende mucho de cómo te comportes tú al salir de aquí.

-¿Para qué sacarme de aquí, Marga? ¿Qué ganas con eso?

-¿Yo? Nada en absoluto, pero mi cuñado también manda en este lugar y se ha empeñado en darte algo más de... comodidad.

La saliva me sabe amarga al pensarlo. Prefiero quedarme en este podrido agujero a aceptar cualquier cosa que venga de los Muñoz y los suyos.

La observo con recelo, desconfiando a más no poder de ella, pues en ella confié antes que en cualquiera y mira a dónde me llevó mi estúpida inocencia.

-¡No necesito nada que venga de vosotros! -exclamo con evidente enfado, notando que mi reseca garganta se queja adolorida-. ¡Ni siquiera comodidad!

-Lástima que no estés con Castelier. Aquí no tienes voz, Jessica. Lo único bueno que tienes es que mi cuñado se haya encaprichado contigo y si fuera tú le haría caso porque Miguel es el más retorcido bajo este techo.

-Es tan asqueroso como tú... -siseo, con repulsión hacia ella.

Marga me sonríe con maldad.

-Asquerosa o no, te engañé -se burla-. Creíste que era buena. Creíste que debías defenderme de Iván cuando debías defenderle a él de mí. ¿Qué se siente al ser una inocente ignorante? -suspira con pesar fingido-. Lo creas o no, Jessica, me das pena... Confiaste en mí y me contaste el plan sin saber que era yo la infiltrada, pero aprecio la amistad que creíste que teníamos.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora