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Aquí arriba podéis ver a Hache...

Gracias a Dios, Iván Castelier, o como quiera que se llamase, cayó rendido en la cama después de la llamada. Yo aproveché para esconderme en el baño mientras él le gritaba a quien fuera que había al otro lado de la línea telefónica porque no aparentar miedo no significa no tenerlo. En el fondo estaba asustada hasta la médula y por eso me encerré en el baño. Cuando salí ya estaba dormido sobre una de las camas.

Ahora, en este preciso momento acabo de abrir los ojos porque su mano está puesta sobre mi boca y su cuerpo está casi sobre el mío. Intento gritar para que se aparte de mí, pero su mano no me lo permite y, como puede, eleva la mano del brazo herido para posar un dedo sobre su boca e indicarme que guarde silencio, señalando con la cabeza a la ventana.

Al mirar a la ventana, la cortina cerrada proyecta una sombra que camina lentamente para llegar a la puerta. Mis ojos se abren por el miedo y él me suelta. Entiendo que no debo gritar.

Sigilosamente, Castelier camina hacia la puerta sacando el arma de su espalda y quitándole el seguro. El pomo se tuerce y la luz se filtra por la ranura. Iván se esconde detrás de la puerta y levanta la pistola, apuntando en una dirección improvisada en la que se supone que estará la cabeza del desconocido. Yo me encojo. La puerta se abre lentamente. Una cabeza se asoma. Castelier pega el cañón a su sien.

—¡Soy yo, señor! —exclama una voz masculina, asustada y alarmada.

Iván termina de abrir la puerta y le deja paso a... ¿Ele?

—¡¿Por qué coño no avisas de que vas a venir?! —ladra Castelier, bajando el arma y poniéndole el seguro—. ¡Podría haberte volado la cabeza!

—Lo siento, señor, creí que Ene se pondría en contacto con usted para que supiera de mi llegada.

—¡Pues a Ene se le tendrá que bajar el sueldo porque casi lleno a Jess de tus sesos!

—¿Jess? —inquiere Ele confuso.

—¡Que no me llames así! —protesto molesta, sintiendo todavía el corazón martillear contra mi pecho.

—Levanta, princesita, nos largamos —dice el jefe, y no tengo más remedio que obedecer.

Salimos al exterior y el frío del amanecer me hace tiritar, por lo que me abrazo a mí misma mientras Ele abre la puerta trasera del Jeep para mí. Para mi desgracia, Iván se sienta a mi lado en la parte de atrás.

—Deberían revisarle la herida, señor —propone Ele una vez que enciende el motor.

—Lo harán cuando estemos en el punto de encuentro.

—Pero...

—¡Calla y conduce!

El silencio nos rodea y mi mente divaga en esa escena vivida ayer. En el miedo que sentí. En la petrificación de mi cuerpo al ver la sangre en el hombro de Iván. En que no dudé en apretar el gatillo y en la sangre saliendo disparada por todas partes. Tengo la ropa manchada a causa de eso. Recuerdo cómo el cuerpo del atacante cayó sobre Castelier y cómo él no dudó en tirar de mí para sacarme de allí sin ningún tipo de remordimiento. Recuerdo el cuerpo sin vida del conductor del coche que nos llevó al motel y el temor irracional al ser tiroteados. Los cristales rotos, lo gritos y los disparos, todo se amontona en mi cabeza y no puedo dejar de pensar en ello. No hasta que mi estómago ruge demandando comida...

Llevo las manos a mi barriga intentando ocultar el ruido que produce.

—Para en la próxima gasolinera que encuentres y compra algo para desayunar —le ordena a Ele, y este asiente con la cabeza al mismo tiempo que ladeo mi cuerpo para darle la espalda a Castelier porque la vergüenza me consume.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora