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JESSICA

Llevo exactamente diez horas encerrada en esta habitación, lo sé porque desde que llegué no he dejado de mirar el reloj que hay sobre la mesita de noche. No he podido dormir, hace días que no lo hago, y esta noche no iba a ser para menos. No me he molestado en aporrear la puerta como una demente porque sé bien que nadie me va a sacar. Además, yo misma le dije a ese hombre que haría lo que fuera con tal de salvar a mi padre, así que estar aquí prácticamente es algo voluntario.

He tenido mucho tiempo para inspeccionar la estancia. Cuenta con una cama grande de sábanas de seda, una mesita a cada lado de esta, un armario empotrado en la pared, un aseo con bañera, dos grandes ventanas que están demasiado altas del suelo de afuera como para saltar desde ellas y setenta y dos losas en el sueño de color blanco con ligeros dibujos grises. Una habitación gigantesca, vamos.

¿Miedo? En absoluto. Si ese hombre pretendiera matarme ya lo habría hecho, quien me preocupa es papá y su seguridad. Espero que en los tres meses siguientes sea capaz de reunir la cifra que le debe al hombre para que no ocurra algo de lo que tengamos que lamentarnos. Mira que se lo dije en varias ocasiones que esto de su adicción iba a traernos problemas, pero el muy idiota no me escuchó. Lo que yo no sabía era que le debía dinero a alguien tan peligroso... Ojalá no hubiera gastado todos mis ahorros en el apartamento que compré hace un par de semanas, podría haber pagado la deuda y esto no estaría pasando; pero no, decidí comprar el apartamento para independizarme de papá, a quien le pareció una magnífica idea.

Mi padre recurrió a las drogas hace unos siete años porque la que decía ser mi madre se marchó porque le dio la gana. Lo hizo para poder olvidar el dolor que sentía y muchas veces le grité que esa no era la solución porque a mí también me afectaba y no iba por ahí drogándome, pero ni caso... Ahora estoy en esta situación por sus errores y descuidos. Amo a mi padre, ha sido el mejor y ha intentado hacerlo lo mejor posible a pesar de que mi madre nos abandonó. Daría mi vida por él sin dudar y por eso estoy aquí sin ningún tipo de rencor hacia él, pero en cuanto pueda salir me va a oír y eso de las drogas se acabó. Si tengo trabajar día y noche para meterle en una clínica de desintoxicación sabe Dios que lo haré sin durar.

No me importa estar aquí si con ello le salvo la vida, pero ese hombre podría tener algo de consideración y dejarme comer algo porque me muero de hambre o traerme alguna revista con la que entretenerme porque ni televisión hay aquí.

Me levanto de la cama y camino hacia el armario que ya inspeccioné previamente hace algunas horas. Hay ropa de mujer que seguramente me quedará gigante, pero no creo que a nadie le importe que me dé una ducha y me ponga la ropa de alguien que no usa esta habitación. No voy a ir todo el día en camisón.

Me aseguro de quedar completamente aseada y me doy cuenta de algo cuando salgo de la ducha: no hay bragas en el armario. No voy a ponerme las mías otra vez porque están sucias, así que opto por ponerme los shorts sin bragas y la camiseta sin sujetador porque vine sin él puesto. Lavo la prenda roja a mano y utilizo gel a modo de detergente, después las dejo sobre el lavabo para que se sequen. Si tengo que aguantar tres meses con estas mismas bragas más vale que me asegure de que quedan totalmente limpias.

Me tumbo sobre la cama otra vez y me dedico a esperar y a esperar que algo pase. Durante un largo rato no sucede nada, pero la alarma se activa en mí cuando escucho que el seguro de la puerta es quitado desde el exterior, así que me siento sobre la cama dándole la espalda a quien quiera que entre.

—Señorita Rojas, la comida está lista.

Giro mi cabeza con el entrecejo arrugado para ver quién es. Se trata de Ele, ese hombre de cincuenta y tantos que anoche trató de matar a mi padre y acabé cortándole la cara con el cuchillo. Veo la herida en su mejilla izquierda.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora