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Arriba tienes a Hache...

Hache despertó hace unos días y, aunque no he tenido el placer de poder hablar con él a solas, me siento igual de feliz. Me emocioné cuando, al entrar en la habitación del hospital, vi que el tubo que le hacía respirar ya no estaba, ya no necesita una máquina para poder coger oxígeno. Le agradecí a todos los médicos que entraron en la habitación y, pese a que Iván no me dejó prácticamente ni preguntarle cómo se encontraba, me sonrió al ver que fui a visitarle.

No he tenido tiempo para ir a verle estos días, pues Iván me ha tenido de allí para acá socializando con esos mafiosos amigos suyos. Dice que ahora que todos saben que soy "su mujer" no puede presentarse solo a ninguna reunión, y le creo porque en todas esas citas las esposas de los demás mafiosos también están presentes, luciendo sus brazaletes con orgullo al contrario que yo.

Me encuentro sola en la habitación de Iván, casi siempre estoy en soledad cuando estoy aquí. Siempre que no está en esas reuniones de mafia tiene algo que hacer y cada vez que se marcha se esmera en recordarme que no puedo salir de la habitación si Erre, alias el triceratops, no me acompaña; es el único en el que deposita un poquito de confianza.

Resoplo y me levanto del sofá de cuero que hay en el amplio balcón porque ya me he cansado de estar sin hacer nada. Me ajusto la camiseta y recojo mi pelo en un moño desaliñado antes de dirigirme a la puerta para salir de esta habitación que empieza a consumir mi paciencia.

Nada más abrir la puerta, Erre se posiciona delante de mí en el pasillo.

"¿A dónde va?", me pregunta en lengua de signos.

—A dar una vuelta por el jardín. Me agobia estar todo el día ahí dentro.

"Le acompaño".

—Claro, como siempre —digo, rodando los ojos.

Voy dando toquecitos con los dedos sobre el brazalete mientras camino seguida por Erre como si fuera mi sombra. El verdadero motivo de salir de la habitación, a parte de que me aburro allí sola, es para ver si encuentro algo sospechoso. Si Iván no está, tengo que investigar por mi cuenta. Hay que encontrar al traidor sea como sea.

Entro al salón principal, donde Jimena está hablando por teléfono con alguien. La sospecha me invade, pero de inmediato lo descarto porque dudo que ella sea capaz de hacerle algo malo a Iván. No la conozco lo suficiente, pero siempre intenta aconsejar a su hijo y parece quererle, más de lo que mi madre me quiso a mí algún día.

Continúo andando tratando de que Erre no se dé cuenta de que estoy investigando a posibles sospechosos. Disimulo todo lo bien que puedo con cada persona que se me cruza. Sigo creyendo que Ana es el topo, pero tampoco quiero descartar a los demás.

Llego a la cocina, donde el personal se pone rígido en cuanto me ve aparecer. Ser la Dama me da un respeto que no quiero. No quiero que se sientan intimidados cuando me tiene delante ni tampoco que crean que deben seguir con sus obligaciones cuando están descansando un poco, porque eso es lo que todos estaban haciendo hasta que he aparecido por la puerta.

—¿Necesita algo, Dama? —me pregunta la cocinera, y si no recuerdo mal es la madre de Marga.

Le sonrío de manera amistosa.

—Sólo vengo a por un vaso de agua —disimulo, pasando entre ellos para dirigirme al grifo de agua purificada que hay a la izquierda.

—Yo se lo sirvo —se ofrece un hombre, pero niego con la cabeza.

—No te molestes —sonrío otra vez y agarro un vaso para llenarlo.

Mientras bebo el agua sin ganas, me fijo en que todos observan a Erre con un atisbo de temor y respeto en sus caras, cosa que no me extraña porque el triceratops intimida a cualquiera. Es grandote, robusto y tiene una mirada severa que a cualquiera le produce pavor, pero es agradable cuando le conoces un poco más.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora