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Arriba tienes a Iván...

Sentada en el sillón que hay cerca de la cama de Hache, veo cómo el doctor revisa el latir de su corazón. El hombre, vestido con la bata blanca típica de los médicos, asiente mientras presta toda su atención al sonido que sólo él puede escuchar gracias al estetoscopio y termina separándose de él dejando descansar el aparato entorno a su cuello.

—Todo parece estable —le informa el doctor—. Tu respiración se escucha normal y el corazón te va a una velocidad acorde a tu edad y físico. No veo que haya ningún problema para que empieces a retomar actividades normales. Eso sí, nada de esfuerzos, agitaciones o situaciones de riesgo y estrés.

—De acuerdo.

—Volveré la semana que viene a revisarte de nuevo —avisa el médico, guardando los aparatos que ha utilizado en su maletín—. Intenta tomar la medicación a la misma hora, así no habrá confusiones.

—Gracias, doctor.

Se estrechan la mano y el doctor me dedica un asentimiento de cabeza acompañado de una sonrisa a modo de despedida antes de marcharse y cerrar la puerta detrás de él.

Hache y yo nos quedamos solos por fin. Es la primera vez que estamos a solas desde que regresó porque todo el mundo ha estado entrando y saliendo de aquí desde que le dieron el alta en el hospital. Todos están demasiados contentos con su regreso y por ello todos quieren ver cómo se recupera.

Hache no me mira ni dice nada, simplemente se dedica a mirar a la pared que tiene delante con seriedad. Él siempre se mostró serio en cualquier situación, pero esta vez siento que hay algo más detrás. Creo firmemente que bajo esa mueca imperturbable que trae hay algo escondido y también creo que es culpa mía.

Miro el brazalete que llevo puesto. Sé que parte de su humor se debe a él porque desde que lo vio se le cambio la cara. Pienso en la idea de quitármelo, pero sé que de nada serviría. No puedo deshacerme de él porque Iván me lo prohíbe y tampoco puedo hacer como si Hache no lo hubiera visto ya.

Rasco mi brazo con nerviosismo y me levanto del sillón mirando el suelo.

Quiero hablar con él, pero no sé cómo empezar. Me gustaría que me dijera por qué está molesto conmigo, pero no sé si quiero escucharlo.

—¿Cómo estás? —decido preguntar. Sé que es la pregunta más idiota que he podido formular, pero no sabía por donde empezar. He optado por la vieja confiable...

—¿No has oído al doctor? —su voz severa me hiere.

Continúa sin mirarme, por lo que me acerco un poco más hasta quedar justo de pie a su lado.

—Sí, pero quiero saber cómo te sientes de verdad.

Aprieta la mandíbula un instante y, entonces, me mira. Puedo apreciar que se siente molesto, o más bien enfadado por algo que no logro comprender y eso me duele porque le he necesitado todo este tiempo. Ansiaba poder volver a verle y retomar nuestras conversaciones estúpidas o sentirme segura en sus brazos de nuevo. Ansiaba volver a estar con el Hache de siempre y después de tanta preocupación y nervios sólo obtengo indiferencia por su parte.

—¿Cómo quieres que me sienta, Jessica? —me mira como si lo que está pensando fuera evidente para mí, pero no lo es.

Suelta un suspiro y aparta la mirada mientras yo noto que la tensión entre ambos es cada vez más grande y que lo que sea que tengamos se está enfriando, pero no logro entender por qué. Aún así, no pienso en rendirme. Me siento en el borde del colchón y espero con paciencia a que esté preparado para hablar.

—Fui a asegurarme de que el club era seguro para ti porque no quería que sufrieras algún riesgo —declara con calma, pero sigo notando ese toque amargo y molesto en su voz—. Recibí un disparo por intentar mantenerte lo más segura posible cuando tú decidiste poner en peligro tu vida. Perdí una gran cantidad de sangre y un siete porciento de la movilidad del brazo. He estado en coma veintiún días... —aprieta la mandíbula otra vez y toma una profunda respiración—. Y cuando vuelvo, cuando consigo recuperarme y lograr recordar por qué me arriesgué a morir, resulta que tienes puesto el puto brazalete que te hace suya.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora