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JESSICA

Dos años después...

Nunca pensé que dolería tantísimo, que sería un momento tan intenso y desgarrador. Nunca imaginé que en algún punto de la relación fuera a arrepentirme, pero el dolor es tan fuerte y agonizante que me retracto y en este preciso instante desearía volver atrás en el tiempo y pensarlo dos veces antes de haber tomado esta decisión que me tiene gritando de agonía.

—Tranquilízate, por favor —suelta Iván, sonando más a exigencia que a petición.

—¡Es que ya no lo aguanto!

—Estamos a punto de llegar, Jess, sólo tienes que esperar un poco más.

—¡A ti no te duele como a mí, joder!

—Seguro que no me quejaría tanto —murmura en voz baja.

—¡¿Qué has dicho?!

Iván se limita a poner los ojos en blanco rápidamente para no descuidar el camino por el que vamos y yo aprieto los dientes aguantando un grito de agonía.

—Inspire por la nariz y suéltelo por la boca —me aconseja Ele, situado justo detrás de mí.

—¡¿Crees que no sé respirar?!

El silencio nos rodea unos momentos antes de que Ele vuelva a posicionar la cara al lado de la mía.

—Erre dice que no duda de sus capacidades para respirar, pero que debe hacerlo como yo le he dicho.

Ladeo la cabeza lo justo para ver al triceratops dedicarme una sonrisa amable.

—¡Dejad los consejos para cuando se requieran! —ruge Iván, derrapando las ruedas por el suelo al frenar abruptamente—. ¡Ahora avisad a un puto médico!

Tanto Erre como Ele salen del coche tan rápido que apenas me doy cuenta, o quizá también puede ser que no me percate debido a que disfruto unos segundos de paz en los que parece que nada me duele.

—Voy a ayudarte a salir —avisa Iván, pero estoy muy distraída sintiendo miedo porque vuelvo a notar esa sensación que me avisa de una nueva...

—¡Contracción! —grito al borde del llanto, siendo sujeta por Iván para salir del coche.

Con su ayuda consigo mantenerme en pie y caminar hacia la entrada del hospital, de donde aparece Ele junto a un médico y Erre empujando una silla de ruedas en la que me siento de inmediato.

El triceratops me empuja con rapidez mientras Iván sujeta mi mano porque sabe que le necesito en este momento y habla con el médico para avisarle de que estoy de parto, aunque creo que es algo evidente; mi barriga no podría estar más hinchada, mis gritos reviven a los muertos y el sudor cubre todo mi cuerpo.

—Jess, aguanta un poco más.

—¡Eso hago!

Inspiro con fuerza y lo suelto...

Inspiro y suelto...

Inspiro y...

—¡Aaah!

Erre y Ele se quedan afuera cuando entramos al paritorio y yo cada vez aguanto menos.

Unas enfermeras se apresuran a quitarme las bragas porque creo que no da tiempo a quitarme el vestido y ponerme la bata que suelen utilizar las embarazadas al dar a luz mientras Iván sí se cambia y se pone un gorrito y una mascarilla.

Me suben al potro y se aseguran de colocar mis pies en los posapiernas para, después, conectar algunas vías en mis brazos y yo solo puedo gritar y berrear como una lunática mientras me retuerzo de dolor sujetando mi panza. El cabello se me pega a la cara, lo que me resulta muy molesto, pero no tanto como para soltarme la barriga e intentar tener una imagen decente porque ahora mismo lo que menos me importa es verme presentable.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora