La cabeza me duele demasiado, como si me hubiera golpeado contra una pared con muchísima fuerza, hasta siento un gran y cegador mareo cuando, con mucha dificultad, consigo abrir los ojos.
No reconozco el oscuro y lúgubre lugar en el que me encuentro, lo único que soy capaz de advertir es que estoy tirada en el frío y sucio suelo de alguna especie de cuarto deshabitado y destartalado.
Las imágenes se amontonan en mi cabeza como flashes y apenas puedo procesar nada en concreto porque el mareo que siento es demasiado fuerte y desorientador. Ni siquiera puedo sentarme sobre el suelo sin sentir que todo mi cuerpo duele y pesa como cien toneladas y, cuando consigo erguirme, la cabeza me da un vuelco acompañado de un pinchazo que atraviesa mi cerebro y me veo obligada a tapar mi cabeza con la manos en un vano intento de aliviar el dolor.
Un gruñido lastimero se me escapa por la presión que siento en el cráneo.
Estaba en la habitación de Iván, lo recuerdo de pronto. Me empeñaba en guardar la ropa que me compró en una maleta porque iba a llevármela sí o sí por la humillación de haber sido echada de su casa por mi jodida curiosidad. Estaba tan ensimismada en aguantar el dolor de todo lo sucedido que no me di cuenta de que la puerta estaba siendo abierta por alguien a quien no conocía. Después de eso, vino el forcejeo. Recuerdo haberle arañado y pegado en la cara, quizá por eso me duelen los nudillos, y después de que me empujara y mi cabeza chocara contra la puerta del armario, ya no recuerdo nada más. Debí quedarme inconsciente...
El olor viciado a moho me repugna de repente y siento ganas de vomitar, pero, no sé cómo, contengo lo poco ingerido en mi estómago y trato de ponerme en pie. Las rodillas me flaquean un poco, pero logro erguirme sobre mis pies descalzos sin caer en el intento.
Veo una ventana con gruesos barrotes de hierro oxidado y me doy cuenta de que está de noche. Tan sólo la luz de la Luna es la que ilumina un poco el destartalado y descuidado lugar y me da miedo descubrir cuánto tiempo llevo aquí. Puede que sólo hayan pasado unas horas o puede que lleve aquí varios días, no lo sé, pero me perturba de igual modo.
Inspeccionando un poco más el lugar me percato de que hay una puerta cerrada a mi izquierda, a unos tres metros, y cuando quiero llegar hasta ella para ver si está cerrada (que seguramente así sea) algo me impide dar más de tres pasos. El sonido metálico me hace saber que estoy encadenada mucho antes de inclinar la cabeza hacia abajo y ver que tengo el tobillo apresado por una cadena clavada en la pared. Agarro la cadena y la sigo hasta llegar al anclaje en el cemento para tirar de ella, quizá haciendo un poco de fuerza ceda y se arranque, pero, entre que me encuentro débil y que parece estar muy bien clavada, no consigo nada. Aún así, no me rindo porque me agacho con cuidado para no marearme más y trato de abrir en vano el candado que apresa mi pie. Me hubiera gustado ser la típica mujer que siempre lleva horquillas en el cabello porque quizá podría abrir el candado, pero no es el caso, así que de manera frustrada agarro la cadena y tiro de ella sacudiéndola con irritación.
Las lágrimas de impotencia me llegan a los ojos cuando me apoyo en la pared y resbalo hasta caer sentada, pero no quiero que salgan. No quiero llorar más de lo que ya lo he hecho.
Me pregunto dónde estoy, si Christian e Iván sabrán de mi desaparición y si les importa lo más mínimo que ya no esté con ellos. Sé que Christian estará como loco intentando buscarme, si es que sabe que no estoy en la mansión, pero dudo que a Iván le importe un poquito que me hayan secuestrado, a fin de cuentas me echó de su casa un rato antes. Seguramente, Iván está tan ricamente en el sillón de su despacho agradeciendo que ahora tiene un problema menos por el que preocuparse.
Me siento mal, demasiado... Ya no por encontrarme aquí, que también, sino porque juzgué de mala manera a todo lo que tiene que ver con los Castelier. Me pasé de la raya con Christian cuando él sólo intentaba explicarme lo que pasaba y el remordimiento de conciencia es tan grande que la cabeza me duele horrores. Con Iván es diferente... A él nunca le importé demasiado, pero he de admitir que revelarme su más oscuro secreto no me ha dejado indiferente. Nunca habría imaginado lo que ese sótano esconde y no me refiero sólo al hombre, sino a lo que las cicatrices en su cuerpo y las fichas de esos niños ocultaban. ¿Cómo iba yo a imaginar que ese hombre, su propio tío, abusaba de él y le hería de tal manera? Lo más lógico era pensar que, siendo un mafioso, se dedicara a la trata de niños. Jamás habría pensado que protegía a aquellos niños de las fotografías de destinos parecidos al suyo.
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Riesgos Tentadores
Teen FictionJessica Rojas, una joven con un padre drogadicto, se marcha voluntariamente con un líder de la mafia al que su padre le debe dinero para protegerle. Sólo tiene tres meses para que su padre pague la deuda o, si no, le matarán. Se ve envuelta en lujos...