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Aquí arriba tenéis a Iván.

¡Por fin tengo unos zapatos!

Ya tenía los pies destrozados de tanto correr de aquí para allá descalza. Los cristales y suelo rocoso que pisé aún me pasan factura, pero al menos ahora camino sin sentir que decenas de agujas se me clavan en las plantas. Debo decir que ha sido difícil huir de aquí para allá sin tener algo sólido en lo que pisar, pero ahora ya no importa.

—Señorita, a desayunar —me avisa Marga, una empleada joven que trabaja para los Castelier y con la que mejor me llevo de todos los que rodean esta mansión.

—Ya voy —anuncio, terminando de lavarme la cara.

Salgo del baño y veo que Marga y Erre, alias el triceratops, me esperan en la puerta de mi alcoba.

—No es necesario que me sigas como mi sombra —le digo al mastodonte de ciento veinte kilos.

Él no dice nada y se limita a seguirnos a Marga y a mí, cómo no...

Marga es muy bonita, o quizá así me lo parece a mí. Su melena corta y rubia le llega por los hombros y sus ojos oscuros me recuerdan a los de mi padre. Seguramente tendrá unos dos años más que yo y lleva trabajando para la familia Castelier desde los dieciséis.

—Podríamos hacer algo después del desayuno —le propongo a la chica.

—Me encantaría, pero tengo labores que hacer.

Es un asco poder conectar con alguien que te cae bien y que se empeñen en mandarle tareas y tareas para tenerla entretenida, porque eso es lo que Iván hace con Marga.

Ambos me acompañan al jardín, donde Iván, Jimena (su madre) y Julio (su primo) esperan sentados a que les traigan el desayuno. También hay un minúsculo detalle que hace que la cabeza me duela, un detalle que es como tener un grano en el culo, un detalle llamado Ana. No sé quién demonios es pero lleva aquí desde ayer por la tarde. Se pasa el día persiguiendo a Iván por la mansión o preguntando por él a todo el que se cruza en su camino. Me siento frente a ella con Iván a mi izquierda presidiendo la mesa. Me dedica una mirada seria y yo ruedo los ojos y miro hacia otra parte para no tener que verle la cara de ridícula que tiene.

La comida no tarda en llegar y espero con paciencia a que traigan el café mientras unto mermelada en una tostada. La charla que mantienen los cuatro no es de mi interés así que me limito a comer mientras ellos hablan de los Muñoz y de cómo ya están preparando el contraataque. No entiendo por qué Iván se empeña en obligarme a asistir a todas las comidas del día, pero tampoco me quejo porque por lo menos estoy alimentada.

Marga me sirve el café.

—Gracias —le sonrío y ella me devuelve el gesto antes de retirarse.

—No entiendo por qué te mezclas con los sirvientes —comenta Ana, y sé que me lo está diciendo a mí—. No tiene sentido que les hables.

Le doy un sorbo al café antes de responder.

—Se llama educación —contesto sin mirarla, observando la tostada de mi plato—. No sé de dónde vienes, pero estoy segura de que no te han enseñado lo que significa.

Me enfada que se crea superior a los empleados sólo porque tiene dinero. Marga también es una persona y nadie está por encima de nadie. El error de las personas es no tenerse respeto mutuamente.

Ana me observa rabiosa y mira a Iván a la espera de que interfiera en la conversación, pero este se dedica sólo a desayunar. Al parecer no le importa.

—Estoy segura de que me han enseñado más educación que a ti —se defiende, viendo que Iván pasa olímpicamente de entrometerse—. No sé de dónde has salido, pero no perteneces a aquí.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora