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JESSICA

Dejar todo en manos de Hache ha sido difícil para Iván, lo sé bien. Los primeros días se los pasó pegado al teléfono dando órdenes y asegurándose de que el abecedario hacía bien su trabajo, pero después de mantener una charla con él en la que le dije que habíamos decidido esto para desestresarnos y disfrutar sin preocupaciones, recapacitó y ahora le tengo acostado en la tumbona que hay a mi lado.

Ladeo la cabeza hacia la izquierda mientras tomo aire debido a lo a gusto que me siento, para poder ver a ese hombre musculoso y lleno de cicatrices broncearse con los brazos bajo su cabeza y las gafas sol ocultando esa mirada que tantas taquicardias me provoca. Hace casi un mes que estamos en Dhiffushi, una de las Islas Maldivas, y creo que todavía no me acostumbro a contar solamente con su presencia porque aún me late el corazón tan fuerte y rápido como cuando me di cuenta de que estaba enamorada.

El cambio nos ha venido bien a ambos, pues Iván está menos estresado que de costumbre e incluso parece más simpático, si es que eso puede ocurrir. En cambio, yo me siento tan relajada como hacía mucho tiempo que no me sentía y he de decir que aunque el dolor de la pérdida de papá me duele todos los días, saber que al menos lo mío con Iván va bien alivia mucho el peso de mis hombros. Nunca imaginé que la persona que más dolores de cabeza me proporcionaba, sería la única que podría traerme un poco de calma.

Al girar en la tumbona para que el sol me dé en la espalda llamo su atención, lo sé porque tengo un ojo abierto para no quitarle la mirada. Iván Castelier es el hombre más divino que he tenido el placer de ver jamás y sería un pecado no admirar su voluminoso cuerpo a cada momento.

Veo que observa mi culo fijamente porque sus ojos se aprecian detrás de los lentes oscuros y me siento poderosa al ser el detonante de su deseo. Me gusta que me mire de esa forma tan lasciva, me enciende de excitación.

—¿Te pongo crema en la espalda? —pregunta, pero sé que no está preguntando realmente porque lo hará de todas formas.

—Vale.

Su sombra me tapa el sol cuando se unta las manos de crema solar.

—Eso no es mi espalda Iván —comento divertida, sintiendo sus manos en mi trasero.

—Espalda, culo, viene a ser lo mismo. Lo importante es que no te quemes.

Masajea mis glúteos firmemente, como con posesividad, provocando que me estremezca por la agilidad de sus manos al ser consciente de que soy la mecha que enciende su deseo y continúa sus caricias hacia mis muslos, tomándose su tiempo y asegurándose de no dejar ninguna parte sin tocar.

El calor que empiezo a sentir nada tiene que ver con el sol que nos da, es más bien la llama de la excitación flameando por todo mi cuerpo.

—Date la vuelta —pide, y noto un ligero toque ronco y profundo en su voz.

Hago lo que me pide intentando contener la sonrisa porque sé a dónde nos llevará esto y la idea me provoca unos deliciosos delirios mentales.

Sus gafas ahora descansan sobre su cabeza para no perderse ningún detalle de mi anatomía mientras reparte crema por mis muslos ascendiendo lentamente hasta llegar a mi vientre.

—La crema no hará efecto si la pones sobre el sostén del bikini, Iván —me burlo, estremeciéndome al instante al sentir que masajea mis tetas.

—Repartiré crema donde me dé la gana.

Sin aguantarlo más, sonrío ampliamente y me inclino hacia delante para encontrar sus labios con los míos.

En ese preciso momento, Iván me toma de la espalda y junta nuestros pechos para ahondar en mi boca con su lengua, permitiéndome sentir el calor que irradia su piel por haber estado expuesta durante tantos minutos al sol.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora