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IVÁN

Camino con firmeza e imponencia hacia la nave a la que he mandado a guardar las plantaciones y la droga. Mis hombres me acompañan de cerca armados por si acaso. Que estemos en medio de la nada no es sinónimo de seguridad y, aunque los bastardos de los Muñoz ya no estén, no significa que pueda bajar la guardia.

Me adentro a la gigantesca nave y veo que los trabajadores no dan a basto al ordenar las plantas y los alijos. Todos parecen ir con un petardo en el culo de lo rápido que van, pues ya les avisé de que tengo un comprador importante y la mercancía debe estar lista en dos días.

Me acerco al que dejé al mando de la nave y éste se pone rígido en cuanto nota mi presencia.

—Qué puntual ha llegado, señor Castelier.

No me paro a saludar ni a utilizar formalismos porque no soy así.

—¿Cuántos kilos van?

—Tres, señor.

—¿Me tomas el pelo? —suelto en un tono duro—. Lleváis aquí más de un día ¿y sólo hay tres kilos?

—Los trabajadores se dan toda la prisa que pueden, señor.

—¡Me importa una mierda! —doy media vuelta para mirar a los trabajadores y así poder gritarles—: ¡Escuchadme bien, a partir de ahora también se trabaja por la noche! ¡No quiero que nadie salga de aquí hasta que los veinte kilos estén listos!

Se escuchan unas quejas leves durante un segundo y vuelven al trabajo antes de agotar mi paciencia porque todos y cada uno de ellos saben que enfadarme no es una opción si quieren seguir respirando.

—Señor, eso es abusivo —comenta en voz baja el encargado.

—¡¿Abusivo?! —rujo rabioso—. ¡Sabes perfectamente lo que ocurrió con el último encargado! ¡Si quieres acabar como él sólo tienes que volver a protestar! —se mantiene en silencio con la mirada agachada—. Ya me parecía...

Camino hacia la mercancía y la examino con rabia. No entiendo por qué cojones son tan lentos, la droga ya debería ser el triple de lo que hay.

—Coged los tres kilos —le ordeno a mis hombres. Estos obedecen de inmediato—. ¡Vuestra incompetencia ha hecho que empecéis desde el principio! —rujo hacia los empleados—. ¡Tenéis dos días!

No espero a escuchar quejas ni reclamos porque salgo de la nave hecho una furia.

Detesto la incompetencia y no poder cumplir con mi palabra. Si le dije al comprador que la mercancía estaría lista en dos días, tiene que estar lista y punto.

Subo al coche con Erre como conductor y salimos de este paraje desértico para ir a la residencia, el lugar donde los niños que todavía no han sido adoptados viven. Tengo que ver con mis propios ojos si tienen los suministros necesarios y si les hace falta cualquier cosa.

—Erre, ve más rápido —le ordeno—, quiero terminar con esto y llegar a casa lo antes posible.

Él asiente y abusa del acelerador mientras me pongo en contacto con mis otros hombres que van en el coche de atrás.

—Ele, volved a la mansión —ordeno con el teléfono en la oreja—. Encárgate del hombre del sótano y dile a Hache que se encargue de ella.

—Sí, señor.

Cuelgo y cierro los ojos relajándome sobre el asiento o al menos intentándolo porque el estrés va a acabar conmigo si continúo a este ritmo.

Estoy cansado y mis responsabilidades, aunque ahora más ligeras, son cada vez más. Ahora sólo debo preocuparme por entregar mercancía a tiempo porque desde que los Muñoz no están soy el mayor traficante de la península, pero es agotador y estresante aunque el dinero me llueva.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora