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Si este es el capítulo que te sale primero, vuelve hacia atrás porque quizá te hayas perdido el anterior.

JESSICA

Me siento mal emocionalmente, desde hace meses lo estoy. Lloro de vez en cuando todavía y el ambiente del que me he rodeado acumula más problemas a mi escasa salud mental.

Creí que estar con Hache me levantaría un poco el ánimo, pero no ha sido así. Sus abrazos no me llenan, sus labios ya no me transmiten tanta paz como antes y su falta de humor últimamente no ayuda en absoluto. Pensé que la estabilidad emocional que Christian me daba cuando vivía aquí volvería a ser la misma y que aliviaría un poco la sensación de vacío que mi padre dejó en mí al morir, pero me equivocaba. Todo es exactamente igual o, bueno, peor porque saber que Iván ni siquiera es capaz de mirarme me aflige aún más.

Suelto un suspiro con los ojos anegados en lágrimas y dejo que la tensión de mi cuerpo se esfume porque no soporto más la rigidez que empleo para aparentar fortaleza. No hay necesidad de hacerlo cuando estoy sola.

He subido a la terraza del último piso porque sé que aquí no hay nadie nunca y es el único lugar de toda la mansión en la que puedo permitirme mis momentos de vulnerabilidad. Es el único sitio en el que nadie verá si mis piezas se rompen o si me deshago en lágrimas.

Las vistas desde aquí son bonitas, casi relajantes. Estar rodeada de árboles y naturaleza es tranquilo cuando no tienes a cincuenta hombres merodeando a tu alrededor para mantener el lugar seguro y más tranquilidad se respira cuando lloras y nadie te pregunta el porqué.

Apoyo los codos sobre el muro y me sujeto la cara a la par que suelto el aire por la boca lentamente.

Ya no aguanto más las lágrimas retenidas, así que me permito soltarlas aprovechando el momento de soledad. Me doy el privilegio de derrumbarme con el recuerdo de papá en mi mente y sollozo con fuerza, dejando que el dolor acumulado salga con la esperanza de aliviarme un poco.

Mi terapeuta dice que llorar es lo más común del mundo, que es la única manera que tenemos los humanos para intentar calmar aquello que nos produce dolor, frustración o enojo, pero ya estoy harta de hacerlo. Llorar no me lleva a ningún lado. Llorar no hará que mi vida cambie. Llorar no me traerá de vuelta a mi padre.

Paso las manos por mi cara, enfadada conmigo misma porque me da rabia no encontrar una solución rápida para el dolor que siento. Me restriego el cabello, los ojos y el cuello de manera molesta mientras suelto un grito que se lleva el viento. Un grito desesperado y agónico que revela toda la tortura emocional que llevo dentro.

Sólo entonces me doy cuenta de que no estoy sola...

Sus ojos azules apagados, que bien se pueden confundir con el gris, miran hacia el horizonte. Sus codos están apoyados en el muro de la misma manera en la que yo estaba hace unos instantes y su espalda está encorvada mientras observa la naturaleza que nos rodea.

Trago saliva y aprieto los dientes con frustración porque este era mi momento de soledad y no necesito que quien no sale de mi mente venga a torturarme más con sus rechazos y su nueva y feliz vida, porque eso es lo que recuerdo cada vez que le veo: que será padre y que es feliz al lado de Ana.

Espero a que entienda que no quiero compañía y menos la suya, pero no se marcha. No habla y ni siquiera se mueve, simplemente está ahí; en silencio e inmóvil observando el bosque que tenemos delante.

No entiendo su presencia aquí y tampoco la quiero porque por él me siento mucho peor. Por él es por quien mi dolor ha aumentado. Todavía me duele que no viniera a despedirse de mí cuando tomé la decisión de irme y me duele aún más saber que aunque fue a rescatarme, en realidad no signifiqué nada para él. Ahora está con Ana y ambos serán padres. Ahora Iván es feliz y yo... Yo no soy capaz de superarle.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora