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Sonrío con elegancia hacia Martín y su esposa cuando les veo. Ambos eran muy amigos del padre de Iván y este tiene mucha afinidad con ellos; son la pareja líderes que Iván más respeta de entre todas las que nos rodean. Continúo caminando agarrada del brazo de Castelier y sonrío un par de veces más hasta que nos paramos frente a una pareja que nos saca por lo menos treinta años. Les recuerdo de la vez que Iván me presentó ante todos, pero no recuerdos sus nombres y tampoco quiero hacerlo. No me agrada tener que venir a este tipo de reuniones. Les saludo cordialmente por mera educación, pues Iván se ha puesto a hablar con el hombre y no puedo ser todo lo arisca que me gustaría. La señora me pregunta qué tal me va todo y si mi matrimonio con Iván era como me esperaba, a lo que tengo que responder como si él fuera el hombre de mi vida porque tengo que interpretar mi papel y porque sé que aunque Iván esté hablando también está pendiente a lo que digo.

El anfitrión, un tipo llamado Leonardo Durán, nos invita a sentarnos en las diferentes y pequeñas mesas redondas que dan para cuatro comensales anunciando que la cena va a comenzar.

Iván, como todo caballero que aparenta ser cuando estamos frente a la gente, desliza mi silla hacia atrás para que me siente y después de sienta a mi izquierda. Todo iría medianamente normal si no fuera porque con nosotros se instala una pareja que consta de un hombre que ronda los sesenta y una mujer que será de la edad de Iván, lo que hace del evento aún más incómodo.

Castelier saluda a la pareja y me presenta como su Dama, como siempre, y yo les correspondo al saludo con educación y una sonrisa amable, como siempre también. Me fijo en que el hombre toma de la mano a la mujer y puedo ver que ella también tiene un brazalete parecido al mío, por lo tanto pienso en dos cosas. La primera: que el hombre es un viejo verde. La segunda: que ella es una cazafortunas interesada, no habría otra explicación para que estos dos sean un matrimonio. El amor no está reñido con la edad, lo sé, pero por la cara de arpía que tiene la mujer, diría que ella está a la espera de la muerte de su marido para quedarse con todo. Supongo que llevar el brazalete conlleva distintos intereses en cada mujer.

El anfitrión comienza a hablar de pie frente a su mesa, informándonos de lo que ya sabemos; que estamos aquí para unir fuerzas y crear alianzas, para invertir en los negocios de otros... Cosas a los que todo hombre de la sala bien iluminada con focos amarillentos presta atención, pero yo no, y la mujer que tengo delante tampoco. Ella observa ensimismada cómo Iván le presta atención a Leonardo sin recordar que su marido está al lado. Eso me deja un mal sabor de boca porque, sea mentira o no, no estoy dispuesta a dejar que nadie mire de manera tan lasciva a mi "marido". Por ello es por lo que, muy disimuladamente, acaricio su brazo lentamente hasta llegar a su mano y entrelazar nuestros dedos. Ella ve mi acción con fijeza y me mira, a lo que yo le sonrío falsamente. Termina por apartar la mirada y fijarla en el anfitrión, que continúa hablando, y no sé por qué yo sigo con los dedos entrelazados a los de Iván.

—¿Marcando territorio? —me susurra en el oído, con cierto toque divertido en su voz.

Intento no ponerme tensa como su voz grave y sensual siempre me deja y trato de disimular cuando le respondo:

—Sólo trato de aclarar que soy tu Dama.

Iván suelta una risa de boca cerrada.

—También puedes mearme encima si quieres.

—Qué propuesta tan tentadora —me burlo, utilizando el mismo tono bajo que él para que la pareja de enfrente no nos oiga—. ¿Puedo hacerlo en cualquier ocasión?

—Sólo es aplicable para momentos como este, en los que hay gente delante.

—Entonces me guardaré la orina para más adelante.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora