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IVÁN
Papá entró hecho una furia al salón donde yo estaba mirando mis redes sociales con tranquilidad, pero esa tranquilidad se marchó cuando rugió cosas que yo no llegaba a comprender.
—¡Esa zorra me ha estado engañando durante años! —bramó furioso, hacia nadie en particular.
Su enfado parecía ir dirigido a alguien que no estaba presente porque mi madre estaba conmigo en el salón y no supe a qué zorra podía referirse a parte de ella. No le gritaba a mi madre ni a ninguno de sus hombres que rondaban por la casa, sino que daba vueltas por el amplio salón respirando como un toro embravecido y quemando con los ojos a cualquier cosa o persona que se le atravesara por delante.
—Alejandro, ¿qué te pasa? —cuestionó mamá, poniéndose en pie y acercándose un poco a él, pero no mucho porque ella sabía que su ira no era fiable.
—¡¿Que qué me pasa?! —ladró, gritando tanto que su voz parecía quebrarse—. ¡El desliz que tuve va a acabar con mi reputación! ¡Me cago en mi puta vida!
—Mira que te lo dije —le reprochó mamá.
Hablaban de un desliz, uno que yo no conocía, y la intriga me golpeó tan fuerte que bloqueé el móvil para prestar atención sumido en el silencio mientras ellos gritaban.
—¡No me vengas ahora con eso de te lo dije, Jimena! —rugió él—. ¡Aún sigues despechada por eso, pero no tengo tiempo ni ganas de aguantar tus putos sermones! ¡Estoy jodido!
—¿Te está chantajeando? Es eso, ¿verdad?
—¡Ojalá! —gritó, arrasando con toda la decoración que había sobre la alargada mesa de roble detrás de él—. ¡El chantaje sería mejor que esto!
Mamá se le acercó un poco más.
—A ver, Alejandro, tranquilízate, tienes que pensar con la cabeza fría para solucionar lo que sea que está ocurriendo. ¿Por qué no me cuentas qué sucede? Quizá pueda ayudarte.
Mi padre le miró con un gesto irónico.
—¿Ayudarme? —repitió con sorna, escondiendo la rabia que sentía—. !Nunca has matado y menos aún por mí, ¿vas a empezar a hacerlo ahora? Porque precisamente eso es lo que necesito!
Al escuchar aquello, el chaval de diecisiete años que era yo se levantó del sofá para intervenir y demostrar así su valía.
—Yo lo haré si hace falta —comuniqué seriamente, demostrando así que era el hijo que él tanto quería que fuera.
Alejandro Castelier siempre quiso hacer de mí una máquina de matar. Quiso que fuera un hombre de provecho, sin escrúpulos y sin sentimientos y a mi corta edad creí que ya lo era, pero estaba equivocado aunque quisiera demostrárselo a mi padre.
—¡¿Tú?! —rió él sin gracia—. ¿Estarías dispuesto a meter una bala entre los sesos por tu padre sea a quien sea?
La manera de describirlo me dejó una sensación un poco amarga en la boca, pero no tuve problema alguno al afirmar decididamente con la cabeza.
—Haré lo que sea.
—¿Y si es una mujer? —añadió, y supe que estaba poniéndome a prueba. Mi padre sabía que el único impedimento a la hora de disparar un arma era si el receptor del disparo era una mujer.
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Riesgos Tentadores
Teen FictionJessica Rojas, una joven con un padre drogadicto, se marcha voluntariamente con un líder de la mafia al que su padre le debe dinero para protegerle. Sólo tiene tres meses para que su padre pague la deuda o, si no, le matarán. Se ve envuelta en lujos...