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Hache acaricia mi espalda desnuda con las yemas de sus dedos de arriba abajo delicadamente. Cada vez que me toca lo hace así: suave, tranquilo con cuidado... Como si fuera a romperme. Como si temiera hacerme daño al tocarme. Y me encanta. Disfruto de sus caricias y sus roces con tal gusto que los ojos se me cierran solos. Durante un instante imagino que no estoy aquí pero que Hache está a mi lado idolatrándome como solo él sabe hacer. Imagino que estamos en algún lugar en el que no pueden hacernos daño, en algún sitio alejado de toda esta mierda completamente solos los dos. Se siente como un anestésico. Como un bálsamo que cura mis heridas emocionales y que me protege de la exposición a los peligros que debo afrontar. Hache es como un escudo en el que puedo relajarme sabiendo que nada malo ocurrirá.

Me muevo sobre el colchón para quedar de lado y así poder contemplar esa preciosa cara de hombre serio que tiene. Me encantan sus ojos, me pierdo en ellos cada vez que los observo. Son el tipo de verde que es increíble y los hace demasiado singulares porque me miran como si yo fuera algo maravilloso.

—Estás muy callado —susurro, sintiendo sus caricias en mi costado ahora.

—Estoy pensando.

—¿En qué?

—En que no entiendo por qué aceptaste formar parte de la emboscada.

Apoyo mi cabeza en la mano para darle más seriedad al asunto.

—Entiendo que te preocupes, pero tampoco es necesario. Sé cuidarme sola.

—No creo que sepas cuidarte sola en una situación así.

—No va a pasarme nada —intento abrazarle, pero se aparta con un gesto serio.

—Eso no lo sabes.

Claro que lo sé. No es la primera vez que me enfrento a algo parecido, pero no puedo decírselo.

Se sienta en el borde de la cama.

—Tú estarás allí, ¿no? —le abrazo por detrás y esta vez no se quita. Asiente—. No podrá pasarme nada malo contigo delante.

—No soy perfecto, ¿sabes? —declara, rindiéndose a la calidez de mi abrazo y posando sus manos sobre mis antebrazos—. Cometo errores a veces. ¿Y si ese preciso día fallo?

—No tienes que pensar así...

—¿Y si lo hago? —eleva la voz, girando para poder mirarme, por lo que dejo de abrazarle.

La preocupación se mezcla con el verde de sus iris y mi corazón bombea violentamente al ver que sí le importo de verdad.

—No vas a fallar, Hache —digo decidida. Pongo mi mano en su mejilla—. Nada va a complicarse. Nada saldrá mal.

—Hablas como si lo tuvieras todo calculado.

Y así es, o al menos mi parte, pero, una vez más, él no lo sabe. Sé cómo vestir, cómo actuar, qué temas tocar, la manera en la que debo provocar... Me he metido muy bien en el papel. Lo tengo todo controlado. Sé a quienes debo acercarme y a cuál de los tres seducir y llevar a la habitación. Otras veces me ha resultado más difícil y he tenido que improvisar, pero no ahora. Ahora sé sus rostros, nombres, comportamientos y hasta dónde encontrarlos. Será coser y cantar.

—Me gusta ser positiva —respondo, dedicándole una sonrisa.

—La positividad no ayuda una mierda.

Me levanto de la cama, cabreada porque no hay manera de que deje de ser tan pesimista. Entiendo que esté preocupado, que tenga miedo a que algo me ocurra, pero tiene que dejar de intentar hacerme cambiar de opinión porque eso no va a suceder.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora