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Siento el culo plano, hasta lo noto hormiguear cada vez que me muevo. Se me ha dormido por estar tanto tiempo sentada, estoy segura, así que opto por levantarme y caminar por la habitación para estirar los músculos.

—¿Se encuentra bien, Dama? —me pregunta Ele con preocupación genuina, y yo ruedo los ojos ante el apodo.

—Sí, estoy bien, sólo algo cansada de estar sentada. Y, por favor, no me llames Dama, ¿de acuerdo? Me hace sentir vieja...

—El señor Castelier ordenó llamarla así.

Suelto un pequeño rugido de inconformidad.

Iván y su puñetera manía de hacerme rabiar incluso sin estar presente.

—¿Os importaría traerme algo de comer? —les pido, con toda la paciencia que puede tener alguien a la que ya no se le permite estar sola.

—Erre irá —dice Ele, y el mencionado asiente en acuerdo.

—Quisiera estar un momento a solas con Hache —confieso inocente, observando al chico que yace en la cama de hospital con ese horrible tuvo en sus vías respiratorias.

—El señor nos ordenó estar con usted en todo momento —insiste el hombre.

Miro a Erre con el ruego en mis ojos y el triceratops asiente, posando la mano en el hombro de su compañero para ambos salir de la habitación.

—Gracias, chicos.

Una vez sola, me quito los tacones y me deshago del brazalete de oro, dejándolo sobre la mesita que hay a un lado de la cama.

—Veo que eres un cabezota —le digo al hombre que hay tenido en la cama—. No hay manera de que despiertes, ¿eh?

Intento tomármelo con calma y alegría porque si no el corazón se me romperá un poco más. Hablo con él sabiendo que no va a responder en absoluto, pero hay una minúscula esperanza que cree que lo hará si lo estímulo lo suficiente.

Ya no tengo miedo de tocarle. Sigo creyendo que gran parte de que esté así es mi culpa, pero no quiero perderme y olvidar la suavidad de su piel por tener miedo, por sentir que no soy digna. Quizá nunca despierte y no quería olvidar cómo se siente poder tocarle.

Acaricio su cabello castaño fijándome en que la barba ya empieza a salirle porque no puede afeitarse. Me gustaría hacerlo yo, pero las enfermeras me han dicho que mientras ese tuvo esté en sus pulmones no puedo hacerlo, así que no podré sentir la suavidad de su mandíbula hasta que empiece a respirar por sí mismo otra vez.

—Ahora Iván me tiene vigilada todo el tiempo, ¿sabes? —comento distraída, acariciando su cabello, perdiendo los dedos en las hebras castañas—. He descubierto que puede ser muy toca pelotas. Erre no se separa de mí y Ana me tiene en el punto de mira —suelto un suspiro, mirando sus párpados a la espera de que se abran, pero no ocurre—. Todo es un caos desde que no estás. Iván aparenta mantener la calma pero sé que te necesita, se lo noto. Está más gruñón desde que estás aquí y está preocupado por ti de verdad. El abecedario se comporta de manera nerviosa desde que no estás con ellos, no son capaces de acatar las órdenes sin preguntarle a Castelier antes. Cuando tú estabas ponías orden entre ellos y les ayudabas, pero ahora... La mansión es un desastre.

Mis ojos se empañan por el llanto que me amenaza y, aunque no quiero llorar, no puedo evitar hacerlo porque la culpa me corroe las entrañas.

Me alejo y voy hacia el baño apartando las lágrimas que me salen. Agarro una toalla, la mojo con agua y vuelvo a su lado para asearle un poco. Diez días sin un baño no es sano ni higiénico. Es lo menos que puedo hacer. Le destapo y comienzo a pasar la pequeña toalla por sus piernas, subiendo por abdomen musculoso y terminando por sus brazos, con cuidado para no tocar ni mover la herida que tiene en el pecho; no quiero abrirle la herida que tanto les costó cerrar a los médicos.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora