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Iván

Apoyando la cabeza en el respaldo de mi sillón con los ojos cerrados, dejo que la brisa que entra por la ventana me calme. Parece ser que en el único sitio que descanso bien es en mi despacho porque el resto de la mansión me pone histérico. Todo el mundo necesita órdenes a todas horas y estoy hasta los huevos de no tener un minuto de paz. No, el liderazgo no me queda grande, pero de vez en cuando necesito un momento para pensar con calma y no dejarme guiar por la rabia y la presión, aunque este tipo de momentos suele durar poco.

Doy una calada al cigarro entre mis dedos y dejo que el humo se escape por mi boca lentamente mientras contemplo el horizonte tras la ventana. No es que me relaje mucho, pero me ayuda a pensar en mi objetivo sin distracciones.

Los Muñoz deben morir, eso lo tengo muy claro. Su padre se la jugó al mío provocando su muerte y yo me vengué en su lugar. Ahora ese par de gilipollas me persigue a donde vaya y no estoy dispuesto a perder el liderazgo por el que mi padre luchó durante tanto tiempo. Tengo mis propios problemas y metas que conseguir como para que esos dos, en especial Óscar, calcinen mi esfuerzo por venganza. Si ojo por ojo es lo que quieren, ojo por ojo tendrán. Al final todos acabaremos ciegos, pero me la suda ya todo porque estoy hasta los cojones de que se rían en mi cara.

La puerta se abre, acabando con la poca calma que creía tener, pero no me giro para ver quién es porque sé que se trata de alguno de mis hombres. Doy una calada larga mientras espero a que hablen.

—Señor... —Ele es quien habla—, los niños ya están en el punto de reunión.

Me doy la vuelta y apago el cigarro en el cenicero porque este tema sí me interesa.

Hache, impasible como siempre, cosa que admiro, está a un lado de la puerta con esa seriedad que le caracteriza.

—¿Quién los custodia? —inquiero curioso.

—Efe está al mando del comando —me informa Ele—. Espera órdenes.

—Comunícate con él y en cuanto estén listos que partan hacia el punto de Valencia.

—Sí, señor —me dedica un asentimiento de cabeza y sale cerrando la puerta detrás de él.

Hache no se mueve. Se dedica a mantenerse erguido cual soldado y a observarme con fijeza y seriedad, comportamiento que me agrada pero que oculta algo.

—Escúpelo, Hache —me recuesto en el respaldo, apoyando la nuca y cerrando los ojos.

—No piensas con claridad. No sé qué está pasándote, pero te aseguro que no me gusta.

—Te refieres a...

—A lo de Jessica.

—Ah, Jessica... Esa chiquilla con mirada traviesa... —digo, sin abrir los ojos, intentado alargar la poca tranquilidad que me rodea.

—No estoy para bromas, Iván —parece molesto, pero me la suda—. No entiendes la gravedad de tus decisiones.

—¿No estás conforme?

—Para nada.

—¿Por qué? —abro los ojos y me inclino sobre el escritorio. Hache abre la boca y le interrumpo—. No, déjame responder a mí. No estás conforme porque te has dejado engatusar por su coño.

—No lo estoy porque es una mujer.

—Ce es una mujer.

—Sí, una mujer con corpulencia masculina y más macho que yo —rueda los ojos y se sienta en una de las sillas que tengo enfrente.

Sonrío ante su ingenuidad. Yo sé algo que él no y es que la dulce Jess es una de las mejores estrategas de su promoción en el ejército. Seguramente habrá matado a más personas que Hache. De hecho, sabe disparar mejor que muchos de mis hombres.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora