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Aquí arriba tienes a Miguel, por si te quieres hacer una idea de cómo es...

Me encuentro tan débil que lo único que puedo hacer es mover los ojos. Hace tres días que no como nada ni bebo un poco de agua porque al parecer aquí se toman muy enserio eso de la tortura lenta y agónica. Era verdad eso de que no me tocarían porque desde que llegué no he vuelto a ver a nadie y no me han torturado de ninguna manera; la mafia tiene vacíos legales, no me tocan pero me martirizan sin comer ni beber.

La cadena de hierro grueso que apresa mi pie lleva sin moverse un día entero, desde que decidí que gritar e intentar soltarla no me llevaría a ninguna parte y fue cuando comprendí que la mejor opción era quedarme sentada en el frío suelo a la espera de que venga alguien a por mí para intentar sacarme información o lo que sea que a los Muñoz les interese.

No he podido evitar llorar por saber que mi padre está aquí también. Por eso no aparecía, porque estaban torturándole aquí. Pero no entiendo cómo es que Óscar y su hermano, al que aún no he visto, por cierto, dieron con él. No comprendo cómo mi padre acabó aquí. ¿Me investigarían? No, creo que no hizo falta porque Marga sabe demasiadas cosas sobre mí, ella sería quien les dijo dónde encontrar a mi padre seguro. No me puedo creer que alguien tan bueno y simpático como Marga aparentaba ser fuera capaz de hacer algo así. ¿Qué clase de enfermedad mental puede tener? ¿Por qué traicionar a alguien que te sacó a ti y a tu familia de la calle? Yo confié en ella todo el tiempo y lo que en realidad sucedía era que me utilizaba para sacar información para entregársela a su puto y cínico marido.

Con los brazos aferrados a mis piernas, encogida en el suelo, me pregunto cómo estará mi padre y qué estarán haciendo con él en este preciso instante. Las lágrimas se me escapan al imaginar el motivo por el que su ropa estaba llena de sangre cuando le vi y solo puedo ver en mi mente escenas horribles que me encogen el corazón. Puede que mi padre no hiciera las cosas bien, que se convirtiera en un drogadicto para aliviar un poco el dolor que el abandono de mi madre le dejó, pero no merece esto. No merece nada de lo que estos desgraciados que me tienen retenida le hacen.

Los pasos resuenan detrás de la puerta y la inquietud se me dispara por los poros. Desde hace tres días que no escucho siquiera el cantar de los pájaros detrás de la única ventana que hay en este sitio y escuchar los paso lentos y firmes de quien sea no es buena señal. Sé que estoy a punto de ver o escuchar algo que no quiero y no sé si mi escasa salud mental será capaz de soportarlo.

El seguro metálico de la puerta se oye chirriar por la oxidación lentamente, momento en el que apoyo mis manos en el suelo para intentar ponerme de pie y mostrar un poco de valentía, aunque no sé si me queda de eso ya. Las piernas me tiemblan al erguirme porque son incapaces de soportar mi peso a causa del cansancio y la debilidad de estar en inanición durante tantos días y al morderme los labios por el miedo que empiezo a sentir noto el dolor en el inferior porque los tengo resecos y cortados por la falta de hidratación.

La sombra emerge de detrás de la puerta, trayendo consigo un candelabro porque ni siquiera luz eléctrica hay en esta mierda de ratonera, y puedo apreciar que la persona que entra es una total desconocida para mí. Gracias a la tenue iluminación puedo discernir sus facciones masculinas y serias y un estremecimiento me recorrer de pies a cabeza cuando sus ojos oscuros se posan en los míos.

-He oído hablar mucho de ti últimamente -su voz se escucha de lo más grave mientras cierra la puerta detrás de él, como si yo pudiera escapar o algo así-. Es un placer poder ponerte rostro al fin, Dama Castelier.

No digo absolutamente nada. No sé quién es ni por qué está aquí, pero seguro que para hacerme daño al igual que todos lo que no están secuestrados en este sitio.

Riesgos TentadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora