4.1

38 1 0
                                    

IV.

“Hay personas que estamos dispuestas a creer todo, menos la verdad.” – La Sombra del Viento.

 

Eugenia era una muy buena amiga de Alba. Su historia no me quedaba tan clara, pero hasta donde me había enterado, su familia estaba dividida por el mundo: sus padres a dos países de distancia, trabajando, los hermanos en Estados Unidos, los primos, tíos y abuelos en Europa y ella estudiando tan lejos y sola.

Vivía con unos tíos y primos alejada del centro de la ciudad. Las personas podemos ser muy hospitalarias y generosas, pero es inevitable sentir molestias cuando aparte de sustentar al núcleo familiar, hay que dar de comer a dos o tres bocas más y brindarles transporte y seguridad. Llega un punto del cual no se regresa y las relaciones se deterioran.

Yo sabía lo difícil que se tornaba a veces vivir lejos de los padres. No siempre es libertad para hacer y deshacer. Al menos mi consuelo era que con una llamada podría tenerlos cerca cuando quisiera, así que no imaginaba cómo manejaba Eugenia su situación. Por ello, desde que conocí su caso, la consideré una persona fuerte de carácter, puesta muy bien junta y dando su mejor esfuerzo por mantenerse feliz.

Por otra parte, tenía un historial de pantalones bastante escandaloso y su nombre corría en más de una boca de esa bendita universidad. Y yo ya estaba lo suficientemente interesado, hasta que para mi buena suerte Alba la empujó a mis brazos una noche en la que nos invitó a una fiesta, nos dejó solos y yo no demoré ni un poco en responder como hombre.

─Yo sabía que esto pasaría─ dijo Eugenia, entre jadeos.

─¿Ah, sí?─ dije, mientras besaba su cuello.

─No soy ninguna tonta Julián. He visto como me miras, como nos miras a todas las que pretendes hacernos tus presas, y no hay nada que yo disfrute más, que ver un hombre deseándome.

─Cuidado con las garras si no las sabes usar, tesoro.

Dije, y la acorralé contra la pared.

─No inicies un incendio que luego no podrás apagar.

Luego de aquella noche, Eugenia y yo no volvimos a tener un encuentro de esa naturaleza y aunque habíamos prometido dejar que descansara en el pasado y no contarle a nadie al respecto, no pude cumplirlo a cabalidad gracias a Alba y sus incesantes interrogatorios. Así que pocos días después de aquella ocasión, terminé por contárselo todo. Grave error.

Luego de aquella ocasión, pude ver que Alba era una persona en la cual se podía confiar y ahí inició el asunto de contarle todas mis aventuras.

Ese día, en particular, y después del agitado fin de semana que aparentemente ambos habíamos vivido, estábamos en el parqueadero de la universidad, poniéndonos al día como dos viejas chismosas.

─Mi domingo estuvo bastante lleno de reclamos incesantes de la familia.

─Julián. Llegaste veinticuatro horas luego del momento que dijiste que llegarías. Y estoy bastante segura que fuiste incapaz de responderles el teléfono. Si me preguntas a mí, te salió barato el asunto.

─Todo fue culpa del inútil de mi hermano que me delató.

Alba puso los ojos en blanco y levantó su mano como protesta.

─Debiste haberte ido a Santana cuando correspondía.

─Lo dices porque te habría encantado restregar en mi cara que tu fin de semana fue más entretenido que el mío.

─Para nada─ dijo, entre risas.

─Bueno, ahora sí, cuéntame lo de Eugenia. Son incorregibles.

Otra forma de musas imperfectas (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora