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Hacía bastante frío. No cargaba chaqueta, así que metí las manos en los bolsillos. El Monte Carlo estaba a una cuadra de la casa del infeliz del novio de mi hermana y mis amigos del barrio lo cuidaban. Insistieron en acompañarme, pero no quería que Astrid se encaprichara más. Intentaría ser razonable y entenderla, aunque ahora mismo podría matarla con mis propias manos. Por si las dudas, los muchachos se quedaron cerca.

─Joven, ya le dije a su padre que mientras Astrid no quiera verlos, se quedará en esta casa. Está a salvo y tranquila aquí.

─Astrid es mi hermana y es menor de edad y puedo denunciarlos por secuestro y lo que se me ocurra en un momento de locura. Así que déjeme ver a mi hermana antes de que las cosas se pongan feas. Usted no es su familia y no quiero ni imaginarme por qué se empeña en hacer esta ridiculez. No lo voy a repetir. Haga salir a Astrid.

Mis manos estaban hechas un puño y mi mandíbula podría quebrarse de lo tensa que estaba. No quise armar un escándalo por el bien de Astrid. De mi estúpida, inmadura y terca como el infierno hermana menor.

Astrid salió tremendamente asustada de la espalda de la señora que estaba en la puerta. Casi se me sale el alma del cuerpo al pensar que le habían hecho algo. Pero quizás sólo estaba asustada de mí, de que hubiera traído a papá, o de que las consecuencias de sus actos la alcanzaran. Porque lo harían.

─Enana─ susurré.

Salimos al parque que estaba frente a la casa en completo silencio. Recordaba a mis amigas y las tantas veces que les rompieron el corazón y todas las veces que no supe qué decirles ni cómo ayudarles. Se me comprimía el pecho de terror de pensar que Astrid podría salir corriendo y no querer saber nada de nosotros.

─No quiero regaños.

─Basta de la rabieta. No he venido a regañarte.

─Creí que traerías al papá y a todo el arsenal.

─Precisamente por adelantarte a los hechos es que estamos aquí. ¿Qué estás haciendo, enana?

─Quiero ser feliz.

─Quieres hacer lo que te dé la gana. Y así no funciona esto.

─¿Acaso sólo tú puedes hacerlo? ¿Quién murió y te hizo el jefe?

Astrid sólo respondía a la defensiva y yo tenía ganas de darle unas cuantas patadas a ver si entendía. Estaba perdiendo la paciencia.

─No creas que nada de lo que hago mal me sale de gratis.

─Has venido a buscarme hasta esta hora. De seguro estabas fuera, sin importante nada de la casa.

─Astrid, yo sé que siempre cometo errores, y créeme que si hubiera sabido que estaba pasando todo esto, habría dejado botado todo por ti, porque ustedes son lo más importante que tengo. Yo sé que hago todo mal, enana. Pero precisamente por eso, ¿por qué quieres ser igual? No te diré que eres muy chica para tener novio.

─No voy a tener relaciones con él, Julián.

─Tú puedes ver tu relación con la mayor candidez que quieras, enana. Nadie te quita eso, pero debes entender que probablemente él no te vea de la misma manera. Conozco a los hombres, especialmente a esos como tu novio, que se buscan niñas menores a él...

Yo lo hacía, y nunca terminaba bien para ellas.

─Imagina si te quiere sólo por sexo, porque eres virgen, porque eres bonita...

Yo hablaba de todo esto casi sin aire. Era tan difícil aparentar calma y hablar de esto tan abiertamente. Cuántas veces no convencí a las más inocentes para que me entregaran su cuerpo y luego simplemente me fui. De seguro todas las mujeres a las que herí de una u otra manera estarían saltando de felicidad si pudieran verme miserable como me encontraba en estos momentos.

─No te niego el derecho de querer nadie, pero una relación conlleva muchas cosas, y entre más edad tengas, más te fijarás en esos detalles que te digan que es un hombre para ti. Perfección del sexto sentido, si lo quieres llamar de alguna manera. No quiero que te rompan el corazón, enana. Me moriría si te veo sufrir cuando aún no tienes que hacerlo. No cuando puedes salir con tus amigas, divertirte, ser feliz.

─Pablo no es un mal chico.

─Eso no puedes saberlo. Él puede llenarte la cabeza de cosas y tú caer. Por favor, por la tranquilidad de todos, tómate esto con calma, y lo más importante, háblalo con alguien. Si no es conmigo, que sea con mamá, pero alguien que pueda guiarte por el lugar donde estés mejor. Prométemelo, Astrid.

─Te lo prometo.

Dijo y me abrazó. Luego empezó a llorar. El corazón se me partió en dos. Quise llorar con ella, pero soporté el peso de las lágrimas y respiré hondamente. Acariciaba su cabello y le decía que todo estaría bien.

─Papá estará furioso conmigo.

─El viejo es un cascarrabias impulsivo como yo, pero te adora. Es la única razón por la que actuó como lo hizo. Que tú seas una testaruda y caprichosa tampoco ayudó. Yo hablaré con él, si te sirve de algo. Ahora vamos a casa.

─Deja despedirme.

Alcancé a escuchar a Astrid pidiendo disculpas por todo el incidente. Luego salió el tipo al porche de la casa. Y cuando lo vi, lo supe. Me temía que era mi psicosis de hermano mayor, pero en el fondo mi corazonada no estaba equivocada. Era de terror, la parada llena de confianza, de aires de superioridad, los ojos llenos de soberbia, de malicia. Ese infeliz planeaba destrozarle la vida a mi hermana, pero sólo sobre mi cadáver. Astrid tenía al lobo de su cuento de hadas y no podía notarlo. Pero yo la obligaría a hacerlo.

El tipo me hizo de la mano y yo asentí aún con los brazos cruzados. No le bajé la mirada, si alguien tendría el control de esto, sería yo. Y si quería meterse con mi hermana, no saldría de ello en una pieza.

Nos subimos al carro y manejé hasta la ciudad con una disminución notable en el velocímetro. Conversamos de trivialidades hasta que se quedó dormida en el asiento del copiloto. Cuando llegué a casa, mis padres estaban en la sala, ya más sobrios y abrazados. Y con una gran tranquilidad en sus rostros cuando regresé a salvo con su hija en brazos.

Una vez que dejé a Astrid acostada en su cama, fui donde mis papás. Lucía me abrazó con fuerza, agradeciéndome entre lágrimas la forma en que afronté la situación y cómo la solucioné. Me pidió disculpas por la forma en que me había tratado antes, y elogió la madurez que tuve en todo momento.

Yo no tenía que disculparle nada, no había dicho ninguna mentira y estaba en todo su derecho de reclamar mi irresponsabilidad y todo lo mal que me estaba haciendo, y a los demás.

Intenté mantener una conversación tranquila con mi papá, y hacerle entender que la forma en que estaba reaccionando no le iba a hacer ningún bien a Astrid. Que si manejábamos las cosas de otra manera, podríamos atravesar esto sin que nadie saliera lastimado. Hablamos hasta pasadas las tres de la mañana, cuando el sueño nos venció a todos. Regresar a la rutina sería duro, tendría que rendir cuentas y contestar preguntas que no quería que me hicieran. Tendría que dejar a Astrid fuera de mi vista, y eso me desagradaba completamente. Tendría que hacer lo posible por cambiar mi estilo de vida y asumir otras responsabilidades. Tendría que hacer tantas cosas y verme fracasar en el intento.

Otra forma de musas imperfectas (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora