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─Bebé, nos vamos al campo hasta el día lunes. En la nevera quedan un par de cenas para calentar y les dejo dinero para que Astrid y tú se compren lo que necesiten. Nada de estar lanzando fiestas salvajes.

Normalmente yo le respondería con algo sarcástico, como que intentaría dejar la casa sobre sus pilares, pero no pude esbozar ni una sonrisa. Mamá sabía que algo me pasaba.

─Espero que al regreso de mi viaje vuelvas a mostrar esos dientecitos que me estás haciendo extrañar tanto. Todo se va a arreglar, corazón. Cuida de tu hermanita.

─Seguro, Lucía. Que pasen bien.

El viaje estaba planeado para toda la familia, hasta que los tres hermanos nos opusimos. La verdad ir al campo era llenarse de humo de carbón y mosquitos, así que preferíamos quedarnos en casa, llenando de basura la cabeza con televisión. Roberto cambió de último momento de decisión porque iba una prima con la que tenía todas las oportunidades del mundo. A veces me sentía orgulloso de él. Sólo a veces.

Entonces éramos sólo Astrid y yo. Mi plan era vegetar en mi cama hasta que fueran más o menos las tres de la tarde, salir a joder con mis amigos y dejar a Astrid bajo llave. Eran casi las once, cuando tenía cerrado los ojos y el borde de la cama se hundió.

─Me da una pena verte así. Quiero que me cuentes.

─No me siento como para hablar, Astrid.

─Es que es impresionante. Antes eras un donjuán y ahora una chica te deja y estás destrozado.

─Lo que dice Roberto no siempre es verdad. Nadie me ha dejado. Sólo es complicado.

─No me importa. Detesto verte así. No deberías dejar que nada ni nadie te quite la risa. A veces, y si uno se convence de lo mismo todos los días, se puede volver a ser feliz.

─Eres una enana profunda para tener quince. Iré a embriagarme con mis amigos. Permiso.

─Creí que esperarías hasta las tres.

─¿Qué crees? Me convenciste de ir a ponerme feliz.

─Voy a invitar a unas amigas.

─Te tengo en la mira, Astrid García.

─Ya lo sé.

Mis amigos me recibieron como se debía. Me dieron cantidades bizarras de alcohol y muy seguido, llevaron a sus amigas y una de ellas se sentó a mi lado toda la tarde. Su nombre era Amelia y era increíblemente atractiva. La seduje como normalmente procedo.

Cuando yo hablo, muevo mucho las manos. Las chicas suelen preguntarme que por qué lo hago y yo les respondo que es simplemente como me gusta expresarme, pero tiene en verdad otro propósito. Si la atención está en mis manos, yo puedo mirar detenidamente ciertos detalles anatómicos, o estudiar sus reacciones.

Como mis manos no dejan de moverse, puedo empezar a ganar confianza colocando momentáneamente una mano en su hombro o jugar con su cabello, o agarrar su brazo. Ella va a creer que es un accidente, pero así mismo está pendiente de en qué otro rato voy a volver a tocarla y preguntándose si lo estoy haciendo adrede o no. Luego viene el contacto visual y la intimidación. Si hay la oportunidad de salir a bailar, el negocio está casi cerrado. El beso al final de la noche, algo más si se tiene suerte. Si seguimos en contacto, siempre es importante hacerle ver que eres un tipo malo y desconsiderado, pero que te das cuenta de los detalles que tiene para llamar tu atención. Sin rayar en lo homosexual.

Es decir, en vez de decirle que es bonito su color de vestido, puedes mejor decir que resalta sus curvas y que se ve sexy. En lugar de preguntar algo cliché, como: "¿Te hiciste algo? Te ves diferente", apuntar a cosas concretas, como resaltar su corte de cabello, tus ganas de jalar de su cola de caballo para...

Otra forma de musas imperfectas (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora