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Mi mirada no abandonaba la banda del asiento del bus público que tenía delante de mí. Más bien, oscilaba entre mis nudillos blancos que la apretaban y la nuca de la señora de la tercera edad que venía delante de nosotros.

Mi rostro dolía y no toleraba la mirada de lástima que me daba Alba, que se encontraba sentada a mi lado.

Ese día había sido cuando menos el peor que había tenido en años. Considerando el drama de Astrid, mi caída por las escaleras, mi madre y sus reproches, el Monte Carlo en el taller. En verdad, este día de mierda se llevaba el premio.

Y la semana apenas iba por la mitad.

Aquel fatídico día comenzó cuando Alba y yo nos encontramos media hora antes de empezar la clase. Y no fue casualidad, pero tampoco fue premeditado. Creo que cada uno pensó que había una asignatura pendiente, y decidió ir un poco antes para ver si al otro le importaba un carajo. Por si las dudas. Y ahí estábamos.

─Lamento haberle contado nada a Sergio. Estuvo mal.

─Alba, si no podías con esto, debías decírmelo. Yo me quedaba con mis dramas y no te involucraba. A la final Sergio tiene razón. Yo no quiero que pierdas tu tranquilidad, aunque puedo asegurarte que nunca haría nada, nada que te pusiera en peligro.

─No es que no pueda, es decir... tengo miedo. Me encanta que confíes en mí, ser parte aunque sea de los temas más complicados de tu vida. Pero debes entender el miedo que tengo que te pase algo malo. Y no puedo admitírtelo, porque tienes suficiente con todo como para sumarte mis miedos, porque dirás hasta el final que eres irrompible y yo me sentiré como una estúpida preocupándome por ti.

No entendía cómo alguien tan buena como ella, podía querer a alguien como yo.

─Alba, quítame dos gramos de corazón. La verdad es que yo no me lo merezco. Y tienes razón, todo se va a arreglar solo.

Alba se mordió el interior de la comisura del labio. Creo que aún no se dio cuenta que le hago ese tipo de cosas a propósito. Pero lo asimila mejor, en lugar de seguir dándole vueltas intentando recibir de mí una respuesta que nunca iba a obtener, se queda en silencio esperando que salve la conversación cambiando de tema.

─Explícame bien cómo es eso de que Diego fue a contártelo todo.

─Como te fuiste con Paulina al hospital del día─ tono de celos incluido─, Diego y yo fuimos a preparar los casos clínicos al hospital de especialidades. En lo que estábamos trabajando, dijo que no podía aguantarse más, que debía contarme algo sobre ti, y yo le dije que lo escuchaba. Cuando empecé a oír lo de Paulina, no podía creer que fueras tan tonto como para contárselo.

─No me dejó muchas salidas, tampoco.

─Sigo creyendo que debiste inventar algo. Yo, por mi parte me hice la sorprendida, como si no supiera nada del tema.

Gracias a Dios. Esa era mi chica.

─Aunque, te la doy, Diego se ha percatado hasta que ya no le hablo mucho a Paulina y me preguntó que por qué era eso.

─¿Qué le dijiste?

─Que me contaste ciertas cosas de su relación con el enamorado, que es una interesada y que prefiero mantenerme alejada de gente así.

Orgullo es la palabra y aplausos para Alba de pie.

─Está enfadado, Julián, en verdad lo está. Yo no intenté ni siquiera insinuarle que su enojo no tenía sentido, para no equivocarme y darle razones para sospechar. Pero es como si estuviera planeando hacerte daño, o por el estilo.

─Ya manejaré esa situación, tranquila. Por otro lado, te tengo buenas noticias...

Le conté lo ocurrido con Paulina el día anterior. Acerca de cómo eso ya era una cosa menos por la cual preocuparse. Ella se mostró escéptica, como si creyera que Paulina me había mentido y aún quería hacerme daño.

─Para lo que sea que venga, estaré preparado. Además, te dije que no se había enamorado de mí, que la idea era absurda.

─De corazón, espero haberme equivocado entonces.

Pero no era cierto, ella odiaba equivocarse y odiaba tener que darme la razón. En algún punto sabía que odiaba mi suerte, porque ella consideraba que siempre le salía todo mal a pesar de que ella se portara siempre bien, y verme triunfar en este tipo de cosas, era algo frustrante para ella.

─Te ves diferente...─dijo.

─¿Yo?

─Tuviste sexo ayer. ¡Claro! Apareciste prácticamente a la noche.

─Puede ser...

─¿Te volviste a revolcar con ella? ¿No que no te había hecho correr? ¿Cuál era la necesidad de repetir con esa estúpida?

¿Alguien quería darme el manual para entender a esta mujer?

─¡Eres impresionante! ¿Qué tiene que pasarte para entres en conciencia? Deja de ser tan irresponsable, Julián. Es como si todo lo que una se preocupa por ti, te valiera madres, porque te empeñas en buscar mil maneras más de meterte en problemas.

─Yo sé lo que estoy haciendo.

─En verdad no lo sabes.

Me dejó hablando solo. Alba pasó de la preocupación, a la ternura, a la complicidad, al cariño, a la rabia e impotencia en menos de quince minutos. Entendía en parte sus reclamos, pero por otra parte, éstos no tenían ni pies ni cabeza. Estaba definitivamente loca.

Pasadas unas horas de total distancia, Diego fue a preguntarme si había pasado algo entre Alba y yo. De seguro se sentía culpable porque supuso que su confesión habría lastimado a Alba y que ahora ella no quería ni verme. Inteligentemente de su parte, empezó a tantear el terreno, sin saber que la información completa, la tenía yo.

─¿Alguna razón por la que Alba debería estar enojada conmigo?─ dije─. ¿No se te habrá ocurrido contarle lo de Paulina? Diego, tú y yo sabemos que le gusto a Alba, y eso le habría partido en dos el corazón.

─¡¿Cómo vas a creer, socio?! Yo le prometí que esa información moriría en mí.

─No, es que ahora que lo mencionas, Alba está bastante rara.

Diego cree que puede engañarme a mí. Las mentiras nacieron conmigo.

─Quizás tiene problemas en casa, entonces.

─De seguro─ dije.

─O pudo haber tenido otro problema con Eugenia.

─Lo mío con Eugenia fue hace más de dos semanas, y en estos días, Alba y yo hemos sido más bien como hermanos. No tiene sentido que recién ahora se haya enojado.

─Por cierto, nunca te felicité por el rumor que difundiste, eso de que el hombre de sus discordias era Enrique.

─Era lo mínimo que podía hacer por ella. No quiero que salga lastimada. Aunque no la subestimo, cada vez aprende mejor a manejar y esconder sus sentimientos. Recuerdo que la primera vez que me enredé con Eugenia, casi me grita en la cara que estaba muriendo de los celos, pero esta vez, ni siquiera hemos tocado el tema.

─Lo recuerdo. Bien por ella. Parece que siempre tienes todo bajo control

─Lo intento.

Otra forma de musas imperfectas (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora