20.2

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Cuando dimos el último examen, hicimos la maleta y volamos a la playa. Alba y yo habíamos aprobado todas las materias. Diego tenía un problema en Imágenes, Eugenia en Medicina Interna y Enrique canceló una materia por cuestiones de tiempo, y aunque había aprobado el año, le tocaba arrastrarla.

─El último viaje, muchachos.

─No se pongan sensibles y vamos a comprar esas provisiones.

La playa de la ruta a San Pablo fue nuestro destino nuevamente. De regreso en la casa, jugamos cartas borrachas y un par de horas antes de que amaneciera, todos estábamos ebrios. Uno más que otro. Creo que yo más que nadie.

Recuerdo que estaba bebiendo de la misma botella con Alba, y que la tenía abrazada. Que le estaba cantando y que le decía que yo había grabado ese tema con el autor. Que si prestaba mucha atención, podía escuchar mi voz. Alba no dejaba de reírse de mí, alegando que el alcohol finalmente había llegado a mi lugar especial. Recuerdo besarla, besarla mucho, a pesar de que sabía que todos nos veían. Ya no me importaba.

Entonces todo me dio vueltas, me levanté del sofá y corrí al baño. Todo el contenido de mi estómago terminó en el inodoro. Mi boca sabía amarga y mi cabeza se sentía como si fuera a estallar. Diego estaba a mi lado preguntándome si necesitaba algo, pero yo sólo quería que todos mis amigos no estuvieran viéndome en ese estado.

Una mano cálida tomó la mía y yo me di vuelta para verla. Recordé las palabras de mamá. "Cuando la persona adecuada venga, tendrá ese algo que no sabes qué es, pero que sabes que estás buscando y necesitas. Y no va a ser una cualidad física, ni algo material. Va a ser algo que sólo en ese momento sabrás, y que te va a parecer muy obvio cuando lo encuentres. Como ese par de medias que quizás no calce una con la otra, pero que te queda como guante a la mano."

Alba hacía las cosas bien, y tenía ese algo, que como me fue dicho, era muy obvio a la vista.

─¿Necesitas algo?

─Puedo con esto solo, Alba.

─Vomita dentro, nadie quiere estar limpiando contenido estomacal ajeno.

Ella estaba para mí, pero no se desvivía por mí. Me dio su apoyo, pero también respetó que yo tenía lo que se necesitaba para atenderlo. Que no tenía que portarse como mi madre o como mi sombra. Alba lo entendía. No era como las otras, que para quedar bien, me habría sostenido por los hombros y palmoteado la espalda. No me asfixiaba, no era como las otras.

En la sala, todos estaban cantando con el karaoke de Diego, pero yo me fui a descansar al cuarto de la litera.

─¿Qué le paso?

Era lo que se escuchaba desde la sala.

─Esta vez sí se tomó todos sus vasos─ apuntaba Diego.

Cerré los ojos unos veinte minutos, pero mi cabeza no dejaba de dar vueltas. Estoy seguro que fui un par de veces más al baño y luego de eso regresé a la cama. Es de esos momentos en los que te juras que no volverás a tomar.

La cama a mi lado se hundió y de su pelo se desprendió ese olor tan delicioso que me volvía loco. Yo no me moví, para ver qué hacía ella. Mi sorpresa fue que no hizo nada. Se quedó a mi lado, probablemente cruzada de brazos y mirando hacia el techo. Seguí sin moverme. Entonces se puso de lado y me acarició el cabello, me secó el sudor de la frente y puso su mano en mi pecho.

─¿Vas a hacerte mucho más tiempo el dormido?

Yo esbocé una sonrisa.

─¿Qué me delató?

Otra forma de musas imperfectas (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora