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Abrí de un solo golpe la habitación de mi hermana, y la encontré. Abierta de piernas y el idiota de su enamorado penetrándola. Casi caigo muerto de la impresión.

No recuerdo qué hice o dije durante varios segundos. Sólo recuerdo patear escaleras abajo a Pablo y luego sacarlo por la puerta trasera. No dejé que se levantara en ningún momento, y eso que él era mucho más grande que yo. Supongo que la adrenalina estaba haciendo lo suyo. Astrid lloraba, rogándome que no lo mate, pero yo no supe de razones. Sólo caminaba cegado por mi ira, intentando completar mi cometido.

Cuando volteé a ver a Astrid, tenía puesto un camisón largo y temblaba de miedo. Y aunque me arrepentí toda mi vida de lo que hice luego, no había fuerza humana que pudiera detenerme.

Le propiné una bofetada.

─¡¿Acaso te volviste loca?!

Astrid se veía más pequeña de lo usual y estaba pálida. Tenía una mano en su mejilla derecha, que fue donde había caído mi ira. Astrid no tenía ni la más mínima intención de iniciar una rabieta. Yo se lo advertí, le di la apertura para que confiara en mí e hiciera las cosas bien y me había fallado. Al menos en eso estábamos de acuerdo.

─Espero no abras la boca para decir una sola palabra. En la casa no, Astrid. Respeta el techo que te dan tus padres. ¿No crees que para cualquiera sería sencillo dejarnos en la calle y que viéramos cómo arreglárnosla? Pero ellos nos aman y te dan de todo, especialmente a ti, muchacha de mierda. ¿Qué te creíste? Tienes quince años, por amor a Dios. No sabes nada de lo que quieres en la vida y dejas que un tipo seis años mayor a ti se meta en tus pantaletas. ¿Sabes lo que pensamos de chicas como tú? ¿Al menos sabes ver tu ciclo menstrual para evitar un embarazo? ¿Al menos sabes poner un condón?

Astrid salió corriendo a esconderse en su habitación.

Desde mi pieza se escuchaban sollozos llenos de dolor. Sabía que había sido muy duro con ella, pero era lo que necesitaba decirle. Nadie más iba a abrirle los ojos. Nadie más iba a querer lo mejor para ella como yo.

Recordé a todas las jovencitas como ella que una vez envolví y usé. Me imaginaba que esas serían ellas, encerradas en sus habitaciones y llorando porque no les devolvía las llamadas o porque las ignoraba y finalmente botaba cuando me aburría de ellas. Un nudo insoportable se formó en mi garganta, pero con la poca fuerza que me quedaba, fui a ver a Astrid.

─Enana.

Abrí la puerta suavemente. Astrid estaba en posición fetal abrazando una almohada. Me senté a su lado y acaricié su cabello. Empezó a sollozar más fuerte. Luego se abrazó a mi regazo y me pidió disculpas de todas las maneras que encontró. Mi voz sonaba quebrada e inestable y no pude hacer nada para evitarlo.

─Perdóname tú a mí, pero no pude reaccionar de otra manera. Soy un idiota y no debí tratarte así. Eres dueña de tu sexualidad y decides con quién la compartes. Y vas a encontrar un millón de cabrones como yo, que te señalan con el dedo por el número de hombres que han pasado por tu cama, pero eso no te define. La opinión de nadie lo hace. Te dije esas tonterías porque quiero protegerte. No puedo dejar que nada malo te pase y no encontré otra forma. Y ese tipo no es para ti, al menos no por ahora.

Astrid se abrazaba cada vez más fuertemente a mí y yo sentía que la quería de manera infinita.

─Debería bastarme con saber que quieres lo mejor para mí y nunca me lastimarías. Eres más grande que yo y ves cosas que yo no. Así que no te pediré que no digas nada de lo que viste. Es tu obligación decírselo a... p-papá y a mamá.

─No lo haré, enana. Pero sólo si me juras que no va a volver a suceder.

─Tengo el presentimiento de que me engaña con otras chicas. Lo voy a dejar. Aunque creo que tu golpiza lo hizo por mí.

Otra forma de musas imperfectas (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora