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Cuando regresé a mi cuarto, mi celular estaba vibrando. Me extrañó ver el contacto de la llamada entrante, pues casi nunca era ella la que llamaba.

─¿Hola?

¡Al fin das señales de vida! Estaba realmente preocupada por ti. Creí que te había pasado algo.

─Dormí todo el día y recién revivo, Alba.

¿No has estudiado para el examen de mañana, Julián García?

─Claro que no. Tranquilidad, ya mismo me pongo al día.

No tienes ni cinco horas.

─Me ofende tu falta de fe.

Con el chuchaqui(1) que te dio, no esperes que te tenga mucha fe tampoco. Yo a las diez de la mañana ya estaba como si nada me hubiera pasado.

─Tú dejaste la casa de Paulina a las nueve de la noche. Yo me quedé ahí hasta las doce, aproximadamente y me tomé casi diez cervezas más. Yo solo. No me hagas enojar.

Ay, perdón, don bebedor. Por cierto, hay algunas cosas que no me cuadran, hablé con Enrique y hay varias discordancias. Tienes que aclararme todo esto, así que si no quieres decirme la verdad, ve inventando excusas buenas.

Lo veía venir. No tuve la oportunidad de practicar con Enrique una coartada, y de seguro él ya lo habría arruinado todo. En serio estaba considerando no contarle nada a Alba, pero por otro lado, ella era el único ser humano que querría escucharme y no mandarme a la hoguera luego de contarle lo que hice, y con suerte, me daría un consejo, que era lo que más necesitaba en ese instante.

─No hay novedades, y si me disculpas, iré a ponerme al día, que las cinco horas se me acaban.

Yo por mi parte, voy a dormir.

─Dale, descansa─ hice una pausa─... ¿y Alba?

Dime.

─Gracias por llamar.

Te quiero, Julián.

Cuando cerré el teléfono, y me di vuelta, mi hermano estaba en el marco de la puerta de mi habitación y me miraba conteniendo una risa.

─Te creí capaz de todo, hermano. Menos de Alba. De la que yo conozco. Tu imagen se me cayó al piso.

─Cállate pendejo.

─Apuesto que te aburres de decirle a la gente que sólo es tu amiga y que primero muerto antes que fijarte en ella. Pero también, todos nos cansamos de mentir.

─No sabes lo que estás diciendo.

─La diferencia entre todos los demás y yo, es que yo te conozco. Y estás profundamente cambiado, desde la raíz. ¿Y, Alba? Gracias por llamar─ dijo, en mi tonalidad de voz, remedándome.

No le dije nada y empecé a buscar entre mis cosas capítulos que empezar a leer y una excusa con qué ignorar a mi pesado hermano.

─Aunque te lo doy, es una salvaje esa Albita. De nada por haberte puesto una camiseta y que mamá no se diera cuenta de los rasguños que tienes en el pecho.

Abrí los ojos de par en par y me acerqué a Roberto. Hice que entrara a mi cuarto y cerré la puerta tras de él.

─Cállate. ¿Qué pasó?

─Llegué a casa como a las doce del día, y para tu suerte, tan extraña como es, aún nadie estaba aquí. La casa apestaba a taberna de mala muerte. Estaba preocupado por ti, maricón, ¿te cuesta tanto llamar? Estabas totalmente inconsciente, no sé cómo no te mataste quemando la nota que te dejé. Te eché agua y perfume, y te puse una camiseta para que nadie viera. Una tremenda esa Alba.

─Ella no me lo hizo... yo no tengo nada con Alba. Esas marcas son un lamentable error.

─Que quede registrado que me debes una.

─Definitivamente.

─¿No la habrás cagado diciéndole a mamá que llegué recién hoy, verdad?

─Me confundes contigo, pobre pendejo. Mamá ni siquiera me dejó hablar.

─Bien, porque le dije que como niños buenos nos quedamos estudiando en casa, y que tú tenías uno de tus severos episodios de resaca post-estudio, que ni entrara a tu habitación.

─Gracias, hermano, al fin aprendiste algo bien de mí.

Rodó los ojos y me dio una palmada en la espalda.

─Procura que no te maten, por favor. Suficiente drama tenemos en esta familia con Astrid.

─No tembló el día en que nací, Roberto. El miedo no forma parte de mi bitácora.

─¿Es ese tipo de líos entonces? Eres un reverendo pendejo, Julián.

─Eres el primero en saberlo, pero no te preocupes. El perdedor que me quiere muerto, es de los que hablan mucho y actúan poco. Y ya sabes qué pienso de los perros que ladran y que no muerden.

─Ten cuidado, por las dudas, Julián.

─Vete a dormir.

─¿Julián?

─Dime

─Gracias por mandarme a dormir.

Dijo, de la misma manera en que me había despedido yo de Alba. Me levanté y lo saqué a patadas de mi habitación.

─No aguantas una broma─ dijo.

Concentrarme en lo que tenía que estudiar se me complicó muchísimo. Las escenas con Paulina se paseaban por mi cabeza, atormentándome. El plan para escapar de Alba por otro lado, el dolor de los rasguños y la caída por las escaleras. El odio que de seguro obtendría de Diego. Mi vida era un desastre y yo me veía cada vez más lejos de resolverlo. Cada vez que intentaba solucionar algo, me encontraba envuelto en un problema peor que el anterior, con todo siempre fuera de las manos.

¿Qué tendría quepasarme para detenerme? Porque me creía imparable, intocable, ese que siemprecaía bien parado. Y lo juro, juro que no quería tener que llegar a descubrirlopara ponerme un alto.

(1)Chuchaqui: resaca.

Otra forma de musas imperfectas (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora